Diego Vadillo López
Antes de que Esther Bendahan escribiese “Pene” (Ediciones Ambulantes, Madrid, 2011), dicho significante portaba meramente la fórmula más culta de aludir al órgano reproductor masculino. Eso, como digo, antes de que madame Bendaham, hiciese trascender al célebre apéndice hacia mayores estadios de significación, erigiéndolo “leit motiv” de su novela (o ¿cuento?), a la que, como vemos, incluso da título.
“—Usted es un pene.” comienza afirmando una voz en dialógica disposición tipográfica. En tributario-kafakiano proceder se inicia, “in medias res”, la ¿parábola? en la que observamos como la protagonista va dándonos testimonio de su mutación en órgano genital masculino, y postrer regreso al estado inicial.
Parece transcurrir la trama en la consulta de un psicoanalista. Y es ahí donde se produce la genital-alegórica transformación. En torno a la susodicha transformación se va hilando el proceso deconstructivo de un balance sentimental desde un punto de vista femenino a su vez desdoblado en un intento de aproximación al prisma masculino (si bien de una manera que podríamos calificar de sinecdóquica, al menos a primera vista).
Por complejo que parezca lo dicho más arriba, lo es y no lo es, pues de lo que trata la protagonista es de aclararse a sí los intrincados misterios del vivir, henchidos de prejuicios, miedos, deseos…
Dado el punto de vista al que, por obra de la metamorfosis, ha llegado la protagonista, la novela está minada de pasajes que nos advierten de una gran labor de documentación en lo que a subecuatoriales sensaciones masculinas se refiere: “Siento un leve desvanecimiento, como si decreciera, nunca había experimentado esa sensación de encogimiento. Es agradable casi desaparecer, plegarse, aquietarse, el pensamiento ligero se convierte en la piel y el cuerpo.” (página 12). Tales sensaciones, las que nos son referidas por la protagonista, no son sino recurrencias que dan pie a más hondas disquisiciones, no en vano casi toda la novela es un monólogo en el que el psicólogo hace, salvo ciertas escasas intervenciones, de convidado de piedra, hasta que aparece un nuevo personaje, que torna más intrincada aun la trama. El guiño ahora es unamuniano (cfr. “Niebla”), pues se produce un giro insospechado: la aparición del supuesto escritor de la novela. El apócrifo autor hace su aparición cuando la protagonista se pregunta quién la ha convertido en un pene. No adelantaremos lo que le responde el inesperado nuevo personaje.
Lo que sí cabe anticipar a aquellos que se vayan a sumergir en esta obra, es que encontrarán un discurso en su interior asido a lo que en un primer momento pudiera parecer que portara cierta vitola de gratuidad. Hay múltiples guiños al femenil irredentismo y algún que otro tirón de orejas a la trayectoria de la mujer en la historia reciente, cuando más protagónico papel ha adquirido: “En parte me avergüenza algo de la historia de las mujeres. Conozco lo que es el poder, pero ¿no hay algo de infame en no haber creado una cultura al margen?” (página 59).
Pero, en definitiva, lo que más me parece “Pene” es un puente (que se quiere) de entendimiento mutuo entre sexos. Esther Bendaham, con todo este juego cervantino de mutaciones y desdobles machihembra un discurso entre dramático y edificante, el de la vida misma, con sus infamias y sus prodigios. Todo, al fin, parece un caer en la cuenta razonado; se nos muestra el ensamblaje de un proceso reflexivo, de un conjunto de conjeturas y razonamientos conducentes a una conclusión sustentada en un cierto sentido común.
Al fin, lo que consigue nuestra autora, a través de un ingenioso proceder estilístico que, por momentos, raya lo hilarante, es trasladarnos un proceso emocional no exento en absoluto de profundidad.