Jun 122013
  

Diego Vadillo López

 

A instancia de la artista plástica Laura Herrero Crespo acudí la mañana del pasado sábado 18 de mayo a la última jornada en que tenía lugar el proyecto artístico-cultural “Se Alquila Mercado”. El lugar no era otro que el madrileñísimo Mercado de la Cebada, reconvertido durante dos días y medio en centro coyuntural de cultura. En este recinto se cedieron los puestos tradicionales, otrora activos, que permanecen cerrados hoy día, a las distintas iniciativas para que tuvieran la opción de difundir sus respectivos discursos plásticos, estéticos, o como se los quiera llamar.

Se dieron cita en tan incomparable e inverosímil marco muy distintas propuestas de variada índole: “performances”, actuaciones musicales, artesanía, artes plásticas, etc. actividades a las que se unían las habituales, las consustanciales a tal entorno. Y es ahí donde pude caer en la cuenta del profundo componente de plasticidad que tenían los puestos tradicionales de los mercados de siempre: la magnífica disposición de las frutas y hortalizas, sus colores y olores entremezclados; la geométrica organización de los huevos, de las carnes y pescados; el barroquismo de la casquería… todo un universo altamente estimulante. Pensé que había que transitar, de vez en cuando, los pasillos de los mercados de siempre.

 

Llamaron mi atención en el tránsito que realicé por las distintas estancias del Mercado de la Cebada muchas cosas. Quedé investido como escrutador de las audacias más imprevistas, todas de distinto tenor. El mercado era una coctelera que albergaba en su seno los más dislocados ingredientes. ¡Cuanto hubiera disfrutado Gómez de la Serna paseando por tan animado bosque!, y Huidobro.

 

Reclamó mi atención, por ejemplo, una singular carnicería “La Carnicería del Pepe”, un puesto especializado en “Recortes”, que en entre las ofertas de su mostrador incluía pedazos de cuerpo humano: una mano, suponemos que de obra, asiática, con una etiqueta que decía “Barata”. En un cartel se podía leer que no tenían “ni sanidad, ni educación”, con lo que el potencial cliente quedaba avisado. Además, vendían “Pollas en vinagre” en tarritos de conserva muy simpáticos.

No muy lejos de allí había un puesto de casquería en el que los distintos productos eran de muy otra materia: zarajos y chorizos de lana, sangre en el característico envase que se usa para las transfusiones… y así.

Por entre el exuberante panorama acaecido en la Cebada, llegué al puesto, erigido en minigalería, en el que las dibujantes del Círculo de Bellas Artes Laura Herrero Crespo y Eva Sánchez Ramo exhibían parte de sus dibujos y grabados. Una morena y otra rubia, como en la castiza zarzuela, amabas artistas, a primera vista, reflejaban distintos rasgos de temperamento, también sus dibujos.

Pude recrearme en la contemplación de los dibujos de una y de otra: los de Laura Herrero eran más manieristas, el trazado de sus líneas portaba gran dinamismo gráfico; parece incurrir Herrero en sus dibujos de desnudos en una torsión corporal que en ocasiones raya con lo desfigurador, de lo que se colige un mayor interés por expresar que por reproducir meramente la realidad tal cual, tal cosa le permite conceptualizar, sugerir a través de la a veces agreste ondulación de su trazo. Eva Sánchez, por su parte, se mueve en una mayor armonía de las formas; sus femeniles desnudos muestran simultáneamente una sensualidad próxima a la realidad y, a la vez, con un componente idealizador. Los rostros que dibuja Eva Sánchez Ramo se muestran serenos, la suavidad de los gestos, de insinuante liviandad, a veces se nos presentan con delicadas inclinaciones de cabeza.

Una (Eva) parece buscar una armonía más clasicista, otra (Laura) busca una armonía inversa; Laura expresa una leve contrariedad gestual cuando dicho gesto comparece en la lámina, Eva nos atrae gestos de una finísima melancolía. Y ambas, sea de manera abrupta, sea con la excusa de dejar entrar la claridad en el universo de papel y carboncillo, nos borran o no dejan lugar a la aparición del personaje en toda su corporeidad, algo que puede representar la falta de completud en que el hombre y la mujer contemporáneos se mueven, nos movemos. Encontramos, por tanto, dos deliciosas vías para la expresión plástica del desencanto: una radicada en una armonía de las formas más apegada a lo real, y otra más enérgica, expresionista y trascendida; una más “agrecada” y “tolouselautrecquiana” y otra más “atizianada”.

Tras mi paseo matinal por el Mercado de la Cebada salí encantado con todo lo que por allí pude observar. Una encantadora e interesante propuesta en un tiempo necesitado de ellas. Más me sugieren los mercados de abastos que los secundarios-especulativos… sobre todo ahora.