Diego Vadillo López
Bajaba por la Cuesta de San Vicente una tarde de finales de septiembre cuando me topé con la imagen de Ramón Gómez de la Serna columpiándose en el antiguo Price ocupando una marquesina de parada de bus urbano. Encuentro sin duda emocionante para un “ramonista”, como lo es el que escribe.
Fascinado por hallarme ante una de mis instantáneas favoritas, paré a leer el motivo de aquella comparecencia inesperada en el lugar donde se suelen anunciar lencerías lucidas por mozuelas de pronunciada parrilla costal y filmes de los USA o de Santiago Segura. Resulta que la célebre fotografía servía de reclamo a la exposición que se celebra en la sala “Alcalá 31” hasta el 11 de enero: “El rostro de las letras”, comisariada por Publio López Mondéjar.
Tras llegar al recinto en cuestión con la avidez de quien siempre ha admirado y ha sentido incluso como familiares a muchos de aquellos a los que Trapiello se refería como “nietos del Cid”, que habitaron aquel periodo enunciado por Mainer como Edad de Plata en un brillante libro de crítica, incursioné preso de una gran emoción la cual no fue en absoluto defraudada.
Allí estaban casi todos: los románticos, los realistas, los “noventayochos”, los novecentistas… todos aquellos con los que aluciné ya a edad muy temprana.
Especial conmoción me produjo reencontrarme con Valle-Inclán, con el ya mencionado Gómez de la Serna, con Unamuno, con Eugenio Noel… en definitiva con toda aquella bohemia un tanto extraviada que aportaba lucidez a un país siempre enfangado en lo político-financiero. Aunque otrora incluso los corruptos tenían un tono más distinguido (me viene a la cabeza Alejandro Lerroux).
Una de las instantáneas que más me gustó, de las de índole política, es aquella en la que Unamuno sale del Paraninfo de la Universidad de Salamanca increpado por un grupo de falangistas tras su agarrón dialéctico con Millán Astray. También es harto impactante aquella en la que aparece mitineando en las Ventas junto a los componentes del frente republicano.
Otra de las mejores se me antoja aquella en la que aparece Valle-Inclán sentado de perfil presumiendo de ausencia de extremidad superior siniestra.
Llama mucho la atención el sentido de la propia imagen que ya entonces tenían los literatos y la manera de sacar lo mejor de ellos de los fotógrafos de entonces. No me cabe la menor duda de que si habitaran los actuales tiempos pocos serían los que no tuvieran cuenta en alguna de las célebres redes sociales que hoy gozan de tanta boga. Seguro que muchos incluso incurrirían en la horterada del selfie. Otros, como Gómez de la Serna, probablemente habrían sacado mucho partido a las más pujantes tecnologías. Si ya en aquellos años de incipiente aparición del cine las gentes de la cultura nos legaron joyas de gran audacia como “Esencia de verbena” o “Un perro andaluz”… qué no pergeñarían hoy.
El dandismo, el costumbrismo, el genio, la tristeza, la fascinación; en definitiva… la nostalgia de un tiempo de gran riqueza anegará el campo visual de quien se deje caer por Alcalá 31. Estoy convencido.