Diego Vadillo López
Transcurre el curso de ese río que es Lichis por entre los terrenos peñascosos del mundo actual. El itinerario de sus aguas refrescantes sortea la pétrea evidencia con donosura y, a la vez, se enriquece con los sedimentos adheridos al pedrusco de la sociedad civil. Así las cosas, cuando desemboca el torrente Lichis en el embalse creativo, este queda listo para calmar la sed de buenas canciones de la que está aquejado el cuerpo social.
Lichis es un potajier que nos obsequia los brebajes más chuscos.
Lejos de postinear, se entrega a la tarea de elevar a categoría insignificancias archipresentes en el fondo de armario del día a día.
No se expresa Lichis pontificalmente como otros cantautores que se sienten aureolados por el destino para redimir al rebaño.
Él, por su parte, ostenta un procerato de golfo de Lavapiés con acento charnego.
Es un surtidor de letras que puede degustar todo quisque con regocijo, porque introduce las migas y ácaros que se encuentren sobre la tarima flotante del mundo actual y los oculta bajo la alfombra persa del más imprevisto lance de ingenio.
Lichis es un copigorrista capcioso cuya mente dispone de la goluba con la que se le hace fácil arrancar los cardos que luego son tornados delicia en su laboratorio intelectual. No en vano es un cirujano plástico que dota de novedosos rasgos estéticos a los más insospechados materiales. Hace ecología cuando recicla materias primas desechadas por la tradición más relamida, y compite con esta en la altura de sus castellets líricos.
Las letras de Lichis, en definitiva, siguen la misma lógica arquitectónica que la catedral de Mejorada del Campo obrada por don Justo.
La mente rápida del cantor integra secuencias pertenecientes a dominios “a priori” inconexos de la realidad; hace arte pop, collage…
Por ejemplo, la canción “El día de tu boda” es iniciada así: “Hay un pensamiento triste…”, y a continuación se añade: “como el cuarto de la plancha”. Cuando el comienzo de la frase nos predisponía a cierta hondura y calado, se añade un segundo término comparativo que disloca, de algún modo, nuestras expectativas pero que, por otro lado, si reparamos convenientemente, posee idéntica profundidad, pero ahora, además, esta es estética, pues, ciertamente, el cuarto de la plancha suele ser un lugar lúgubre y anodino, a diferencia de otras estancias de un hogar medio. Por tanto, se ha obrado el milagro de conectar dos secuencias coherentes pese a sus diferentes tonalidades: especulativa y lúdica respectivamente.
A la misma canción pertenece el siguiente pasaje: “Te voy a querer/ como en las canciones de los Camela”. Sucede lo mismo que en el anterior: parece empezar poniéndose grave para, finalmente, despeñar tal gravedad por la montaña del regocijo plástico, puesto que la referencia al grupo Camela viene a rebajar el tan manido tópico de la declaración de amor entendido como algo sublime y rociado con azúcar glaseada. Camela es un grupo que conecta muy bien con la gente de barrio cantando historias de amor sencillas de un modo directo y accesible, luego aquí entra cierta ironía cervantina, dado que se han obviado referentes más ligados a la tradición cultural más egregia a favor de la incursión de un elemento más aparejado a la cultura popular.
Ambos ejemplos son extrapolables a la práctica totalidad de las canciones de Lichis, un tonadillero granuja con un pie en un palco del Real y otro en la verbena de la Paloma.