Aug 212010
  

¿Qué hago yo en este tema? Es causa del título de una antigua exposición sobre M.C Escher que hubo en Madrid: El arte de lo imposible. Porque, además de tomar a bien el acercar mi vista sobre dibujos ciertamente extraños, he procurado leer algo de lo que dicen los entendidos; y según estos últimos Escher es el genio del trazo imposible, de las figuras entremezcladas y contradictorias, y el arquitecto plástico de cimientos ultra-reales. En resumen, el pincel de Escher es el pincel que plasma lo imposible. Aquí es donde me detengo yo, quizás porque pienso demasiado y someto a cuestión banalidades. Lo del “imposible” suele estar más asociado a lo “increíble”, al mago que sobre un escenario nos sorprende con trucos que no conseguimos, ni él nos deja, descubrir. El mago quiere que nos quedemos con la ilusión, con lo increíble del asunto, no con su explicación. Pese a que nos pique la curiosidad, muchas veces preferimos no recibir la aclaración si no hemos sido capaces de sacarla por nosotros mismos.

Es el mago quien no nos dejará. Y aunque Escher también toma parte en la ilusión, la óptica, y con ello nos sorprende de entrada, no oculta el truco, entre otras cosas, porque no lo hay. Aquí, ante Escher, no hay traba para descubrir la explicación. Quiere decirse que, hasta con el mago, ese ilusorio imposible, permanece misterioso y oculto, que es lo propio, mientras que en Escher ni es misterioso, ni está oculto, y, por tanto, no tiene nada de imposible. Es, acaso, un arte de perspectivas, de profundidad y contrastes, de relaciones de planos, dimensiones, proporciones y distancias, incluida la geometría de la óptica, del mero ver tan cotidiano y que encierra toda una suerte de relaciones y sorpresas. Aún más, el mismo Escher se sentía más cercano a las cuestiones geométricas -véanse Moebius o los planos curvos que tan en entredicho pusieron la geometría euclidiana- que al arte. Pensemos en la xilografía Profundidad (1955) que emplearon para presentar la exposición y bajo la que rotularon eso del imposible, pudiendo haber escogido alguna otra más conocida y llamativa en esto de la ilusión -Belvedere (1958), Cascada (1961)-. Cualquiera que la vea y lea lo de imposible ni entenderá lo que ve, ni sabrá qué tiene que ver con el imposible o qué haya de imposible en dibujar algo así. La división del plano, su volumen y curvatura, no es algo que se vea pensando en lo imposible. Lo más, un “pez raro” repetido infinitamente de grande a pequeño.

Lo imposible es lo imposible, lo que carece de posibilidades de darse bajo forma alguna; aún ni en representaciones mentales o conceptos. Lo imposible, por ende, no tiene un sujeto capaz de hacerlo. Escher no da realidad a lo imposible –permítanme decirlo-. La genialidad de su paleta está en la ilusión óptica y en la clarividencia de un imaginado infinito por el que se anudan imágenes, figuras, formas y fondos. Al adentrarnos en uno de estos dibujos, vemos tanto lo que en realidad se daría, como lo que la naturaleza no permite. En esto último es en lo que nos equivocamos y erróneamente venimos a llamar imposible. Si bien la naturaleza se resentiría de que existieran ciertas formas, y la lógica se encerraría en sí misma ante Escher, eso no quiere decir que el fenómeno sea imposible. En la medida en que está dibujado es concebible mental y plásticamente. Y ya sabemos que la realidad es muy otra. Si fuera imposible, Escher jamás podría haber puesto ante nosotros lo que, en verdad, ha hecho: darnos donde más duele, en el engaño óptico que por los siglos de los siglos la filosofía ha tratado de remediar con vacunas intelectuales o idealistas y racionalistas. Ahora bien, este engaño filosófico, psicológico y oftalmológico, sucede en la visión de cosas naturales y totalmente reales –existentes-. Escher, en cambio, ha ido más allá. Mientras la ilusión natural nos hace ver lo que no hay –valga como ejemplo el mítico palo quebrado bajo el agua, que no está quebrado realmente-, Escher nos hace ver la ilusión, tal como si el palo estuviera realmente quebrado y nosotros nos obcecáramos en insistir sobre lo contrario. Ha trasladado la ilusión óptica a la imaginación y al ojo intelectual, violentando la lógica y la pura geometría. Aunque, como he dicho, al estar dibujado, más que violentar o atentar contra lo posible, tan sólo provoca a estas ciencias absolutas. De algún modo la geometría tiene en su raíz un salvoconducto para Escher; y del mismo modo la lógica. Sino, estaríamos hablando del imposible, a sabiendas de que no puede darse en nada ni en nadie.

Al pintar lo que en modo alguno hay en la realidad, se reconoce su inexistencia, pero también se reconoce la posibilidad de concebirlo mentalmente. “Imposible”, por tanto, no quiere decir sólo que algo no se dé en la realidad, sino que tampoco ese algo es concebible. Escher, sin embargo, concibe sus figuras, y tal concepción le sirve de modelo; e incluso nosotros las concebimos al verlas, razón por la que resulta tan sorprendente. Pero, pensémoslo con calma, también es concebible un centauro o cualquier figura mitológica, la cual no nos produce la misma desesperación de lo imposible. Por el contrario, el manido concepto nada es verdadero ejemplo de lo imposible, pues ni existe, siendo (permítase la irregularidad del lenguaje) ella la auténtica negación de toda existencia, ni se concibe algo en nuestra mente al pensarla (sigue siendo irregular el lenguaje). Hasta Escher sería incapaz de dibujarnos la nada.