ALLÍ DONDE PINTURA Y MÚSICA SE FUNDEN
Por Héctor Martínez
He conversado más de una vez con Alex Belemuski, hemos pasado horas juntos. Me ha acompañado en las presentaciones de libros míos y no en pocas veces ha soportado mis peroratas desde un atril en una exposición y mis desvaríos tertulianos. No había tenido hasta ahora la oportunidad de convertirme en público suyo. Él es pianista y no puede ir con el piano de cola (y aunque no sea de cola) a cuestas como yo voy con un libro o un cuaderno de notas. Por eso me supo mal no poder acudir el pasado jueves al concierto nº 31 del Conservatorio Profesional de Amaniel, donde él fue el primer piano interpretando a Mussorgsky y Rachmaninoff. No es el simple hecho de corresponder, sino el de reconocerle su trabajo, las horas de estudio al piano que siempre me ha contado y que, de hecho, conozco por otros pianistas con los que tuve el gusto de entablar amistad. Mis horas de lectura, mis horas de escritura, son, con algunas más, sus horas ante el teclado blanquinegro y ante partituras. Es el reconocer sus resultados, apreciar su talento, tener fundamento para decirle que continúe. Sin embargo, no me fue posible estar y, como digo, me supo mal.
Sólo me quedó la opción de escuchar el concierto en diferido, que, aunque de alta calidad, no puede representar la sonoridad y el placer del directo. Al menos tuve esa oportunidad. Hasta ahora, en iguales circunstancias, sólo le escuché al piano interpretar a Schumann (Op. 1 Variaciones Abegg) y a Prokofiev (Sonata nº. 3) con una soltura que pocas veces he visto. De hecho, sé que tiene ciertas predilecciones por Schumann que no esconde.
En esta ocasión, Alex Belemuski interpretaba la conocida suite “Cuadros de una exposición” compuesta por Mussorgsky para piano, por mucho que Ravel la orquestara con elegancia impresionista sin apenas modificarla (aunque según creo lo hiciera sobre las correcciones de Rimski-Korsakov). Sin duda que Ravel hizo un trabajo maestro, reverenciado a través del tiempo en miles de conciertos por Sinfónicas y Filarmónicas, y cierto que la orquesta redimensiona la obra con efectos cromáticos y dramáticos implícitos en su composición, pero aquí es el piano el indiscutible protagonista. Así fue pensada desde el principio por el compositor, aunque hoy día no sea tan fácil encontrar la suite a piano solo en directo.
Siempre me pareció una obra, permítanme la poco académica expresión, con momentos pegadizos, no ya sólo la repetición del “paseo” (Promenade, usado como identificación del propio compositor en primera persona) con distinto carácter de vez en vez y que los profanos acabamos al final por silbar, sino también, por ejemplo, la dulce melodía de “El viejo castillo”, quizás por su fuerte contraste con la pieza anterior de “El Gnomo”, con su terribilidad. Pero sin duda, lo que más llamaba mi atención es el hecho de tratarse de una composición que interpreta, efectivamente, cuadros de una exposición (los de Hartmann, póstumamente exhibidos). Es decir, estamos ante una obra que en su interpretación debe evocar la visita a una exposición de pintura, cuadro a cuadro. La música mira a la pintura, diríamos. Pero se incluye cierta pena por el amigo fallecido. Así, además de la mera ejecución técnica, el pianista tiene ese añadido extra por el que el lenguaje musical traduce el arte plástico, además de la emoción y la expresión de una narrativa.
Alex Belemuski, en este sentido, fue brillante. La variaciones, hasta tres cuento, que el propio Mussorgsky estableció sobre Promenade, como puente entre cuadro y cuadro (no en todos, en realidad, como entre “Los judíos” y “El mercado”, por lo que cabe pensar que es de sala en sala como han señalado algunos estudiosos), rompiendo una posiblemente aburrida linealidad (nadie va de cuadro en cuadro con igual entusiasmo o mismo ritmo y compás) y los ecos de paseo que en algunos cuadros suenan, como en el caso del pesado paso de “Los Bueyes”, en “Las catacumbas” y en “La puerta de Kiev”, además del modo russico que indicaba el compositor, surgían con claridad y naturalidad en las manos del pianista. Un allegro sin allegrezza, animado pero sin alegría o con alegría contenida/sostenida, pues recordemos que se trata de la visita a una exposición póstuma y hay un recuerdo a lo largo de toda la composición al pintor fallecido. Alex tenía una primera impresión de haber sido algo lento; después de ver conmigo la grabación, su impresión era de haber sido algo más vivaz de lo necesario. Yo por mi parte discrepaba, ¿cómo acertar en una diana tan pequeña? Cierto que mi juicio, insisto profano, poco le iba a importar en su autocrítica, todo lo sano que es esto.
En cuanto a los cuadros, bajo mi perspectiva, me encantaron las ejecuciones de “El viejo castillo”, quizás por lo romántico y lírico, de la melodía que emula al trovador medieval de la pintura, y “Los polluelos”, acaso por la dificultad de la pieza, una locura repiqueteando en el oído representando los picotazos de los polluelos rompiendo el cascarón. En ambas, Alex Belemuski se destacaba como pianista con gran sensibilidad y agilidad. Añadiría la inocencia que consiguió conferirle a “Los niños”, amén de no incitar a la pena, sino a la vida que prosigue; y, no podía faltar, la exigida solemnidad que supo realzar sin dificultades en la última pieza, “La puerta de Kiev”, donde precisamente se funde con Promenade para un final majestuoso.
Pero no quisiera que se me entendiese mal. Señalo las piezas que, de entre las diez, más me impactaron en la ejecución, lo que no quiere decir que las otras siete no estuvieran a igual altura. Es más una preferencia personal sobre la obra misma de Mussorgsky. En general, el concierto de Alex Belemuski conservó la plasticidad de la partitura, lo que otros llaman visualidad o colorismo, dotándola de ese movimiento que la música genera ya de por sí. Tengamos en cuenta que las artes no son traducibles entre sí: lo que en el cuadro es efecto, en la música es natural (como el movimiento) y viceversa, lo que en el cuadro es natural, en la música es efecto (como el color o lo visual). Conjugar ambas en el caso de este concierto, acertar con ese carácter sinestésico por el que al oído nos llega lo visual, es uno de los puntos capitales de interpretar una obra como “Cuadros de una exposición”. También en esto, quiero subrayar, Alex Belemuski fue notable. Quizás porque trata habitualmente con artistas plásticos y está igualmente acostumbrado al lenguaje plástico de la pintura. Él no sólo seguía una partitura, dibujaba cada cuadro de Hartmann con el sonido, desde las sensaciones de Mussorgsky, con excelente intuición tonal. Sería tanto como decir que cada uno pintó el mismo motivo en lenguajes distintos, y en Alex Belemuski confluyeron la pintura y la música de cada bajo su prisma personal. Esto separa drásticamente al pianista técnico, exacto, preciso, al lector dogmático de partitura que no se mueve de la anotación sobre el pentagrama, del pianista que entiende y sabe rellenar el espacio hueco entre nota y nota escritas, y así, interpreta de forma irrepetible la pieza. Alex Belemuski es de estos últimos.