La Bolsa, ¿cuándo metáfora más atroz?
Diego Vadillo López
La Bolsa o la Lira es un ensayo que hace incursiones diversas en determinados reductos, haciendo a la vez aflorar variopintos rasgos de poeticidad. A lo largo del libro se trata de rescatar la difícil poesía que habita los ámbitos de la economía.
Si la metáfora relaciona dos realidades por existir alguna semejanza cualesquiera entre ambas, la Bolsa como institución catalizadora de mercados secundarios viene a ser metáfora de los mercados primarios; imagen de estos. Existe alguna semejanza, cierto que cada vez más vaga, pues unos son tangibles, los otros mudables a través de incesantes estimaciones.
La poesía surge con el estado alucinatorio que la concibe. Luego está la estilística, que, en principio, no pasaría de ser un mero ejercicio retórico, más o menos brillante, salvo que se produzca esa elevación (poética) que irá más allá del ingenio, la destreza o la audacia. Tal hallazgo se sustentará en lo impremeditado. De hecho, determinados recursos campean por los más insospechados lares. La economía es un ejemplo bastante paradójico. Como ciencia asentada maneja una serie de tecnicismos que no cejan de incurrir en cierto lirismo, por mucho que la diametral intención sea la inversa.
Eso tan manido de la voluntad de estilo se puede hallar en la gran mayoría de los artículos y crónicas especializadas a poco que nos adentremos en las páginas de economía de los periódicos. El lector comprehensivo quedará expuesto a constantes espejismos de sublimidad. En la práctica, lo denotativo es esquivado merced al uso (y abuso) de fórmulas constantes no exentas de plasticidad. Eso es lo que queda demostrado en La Bolsa o la Lira, entre otras cosas.
Si la poesía se resarce de los hábitos expresivos más rutinarios, con la incursión del factor retórico en los dominios del análisis economicista, se puede observar como determinados tropos se hacen rutina a lo largo de las páginas salmón.
Si la poesía moderna tiende al hermetismo, la teoría económica resulta hermética per se para quien no está ducho en tal disciplina. La poesía puede ser más o menos parafraseable; los análisis domiciliados en las páginas asalmonadas son paráfrasis en sí mismos: parafrasean los efectos acaecidos en la economía y sus repercusiones en la realidad. Aunque, lamentablemente, no parecen portar recetas definitivas por moverse en un ámbito, a su vez, fluctuante, como fluctuantes pueden ser las consideraciones al respecto de un poema dado.
Pero bueno, lo cierto es que al margen de concomitancias entre dos universos ajenos entre sí, si nos sumergimos en la jerga científica característica de los artículos de fondo sobre asuntos económicos, lejos de hallar un conglomerado de asépticas expresiones portadoras de vocablos con alto poder denotativo, nos toparemos con multitud de giros caracterizados por una cierta plurisignificación (si bien ubicables en su acepción concreta por el contexto) y un innegable prurito esteticista (más o menos manifiesto e intencionado).
Había quien afirmaba que la poesía estaba fuera del poema, siendo más una intención que la materialización de esta.
Así las cosas, en La Bolsa o la Lira subyace una intención poética: el hecho de contemplar algo tan a priori prosaico como la economía desde el balcón de lo lírico-estético, dejando probado que hay creatividad y, como hemos dicho, voluntad de estilo en la literatura economicista. Y basta con atender a cualquier suplemento de economía para comprobarlo.
Leyendo de forma siquiera sucinta, El País Negocios, con fecha 14 de agosto de 2011, ya en el editorial (página 3) nos encontramos “al euro contra las cuerdas”, quedando la europeísima moneda personificada en la calidad de boxeador a través de la metafórica expresión. También se habla de un “diagnóstico” según el cual “las decisiones que enfrían las tensiones de la deuda (recortes, del gasto, reducción del déficit) debilitan la capacidad de inversión pública y, por tanto, limitan las posibilidades de recuperación de la economía”. El término “diagnóstico” se refiere convencionalmente al conocimiento de una patología a través del análisis de los síntomas que presenta el paciente, en este caso la economía (una nueva personificación atraída metafóricamente). Además de aludir clínicamente a la coyuntura económica, el anterior pasaje contiene una sinestesia: “las decisiones que enfrían las tensiones…”. Se trata de una estilística utilitaria, ascendida al lugar común mediante el reiterado uso.
Estremecedora puede resultar la locución “inversión pública”, pues además de al gasto de caudales, el término invertir se puede entender como trastocar, dar la vuelta a algo, como parece que está sucediendo con lo público, que está siendo invertido, esto es, privatizado de forma más o menos velada, o disminuido de manera considerable.
También resulta sinestésico, más abajo, el “crecimiento molesto”, pues algo abstracto como la acción de crecer es de nuevo personificado a través de un adjetivo aparejado al ser humano en principio, por atender a un rasgo de personalidad (el recato).
En ocasiones, los glosadores del panorama económico incurren en un tono semejante al de las novelas de ciencia ficción; sigo con ejemplos del mismo suplemento: “Para frenar los ataques de los especuladores, el Banco Central Europeo (BCE) se decidió… (página 4); “la agitación financiera amenazaba con extenderse desde países pequeños como Grecia e Irlanda a otros grandes como Italia y España, y la propia supervivencia del euro afrontaba peligros crecientes” (página 4)…
La economía en sí es un juego (a veces macabro), más en el sistema imperante, quizá por eso admita tan ingentes vínculos a campos semánticos tan dispares a través de la retórica. Valga otro ejemplo: en la página 18, a colación de una serie de “tretas” usadas por determinados especuladores que hacen caer los títulos de deuda española, se compara la novela de Julio Cortázar Rayuela con estos pérfidos modus operandi: “Julio Cortázar concibió una novela en la que es el lector, como en el juego infantil de la rayuela, quien salta de un capítulo a otro sin ningún orden hasta encontrar su propio sentido a la historia. Los instrumentos financieros también tienen esa capacidad de saltar de un momento a otro del mercado y aparecer allí donde creen que puedan conseguir más beneficios”.
Se dice muchas veces que en el habla coloquial habitan, ya naturalizados, los sedimentos de la retórica, cierto, pero en las páginas de análisis económico hay un uso, más que naturalizado, elaborado en aras a obtener cierto efectismo estilístico. Con el correr de los años muchas fórmulas expresivas van siendo idiosincrásicas, pero se van sumando muchas nuevas atraídas por los vientos de una realidad fugacísima. Recuérdense los brotes verdes, metáfora hortícola que tanta fortuna ha hecho.
Al fin, diremos que hay rasgos superficiales de la poesía en la literatura económica, en el sentido en que lo explicaba Francisco Umbral en La noche que llegué al Café Gijón: “Poeta es el que sólo escribe cuando se le ha ocurrido una cosa. Prosista es aquel a quien se le ocurren las cosas escribiendo”. En la prosa especializada relativa a la economía se trata de dar cuenta de lo que ocurre en esos dominios, apoyándose la gran parte de los analistas en una serie de recursos de uso compartido por entre los cuales se cuelan, no pocas veces, variadas expresiones de belleza estilística, y eso sí sería (a mi modo de ver) poético: el hecho de poder entresacar, sin apenas esfuerzo, pasajes de un cierto lirismo.
En tiempos en que la Bolsa hace desapacible el día a día, nos queda el refugio en la Lira, y, a veces, lo que es inaudito, la Lira tiene algunas de sus bases de beldad emplazadas por entre las inestabilidades de los mercados del impío sistema capitalista.