Oct 142014
  

Reivindicación de RaphaelDiego Vadillo López

 

Asohora, viéndolo en un programa de televisión de índole memorativa que se centraba ese día en su carrera, díme buena cuenta de que Raphael es un grande.

Raphael es de los pocos, escasísimos, de su generación que cuando asisten al homenaje de marras a su persona lo hace estando en activo y con éxito. Es un clásico vivo. Peligrosamente vivo. Una leyenda que sigue girando.

Moviéndonos como lo hacemos en una atmósfera nugatoria por demás, Raphael, ya heptagenario, podemos afirmar que es verdad; es una realidad fehaciente y constatable, de granítica solidez. Y lo digo oteando su más que luenga trayectoria artística así como la emoción adolescente con que sigue hablando de su profesión. Sus pequeños ojos se iluminaban cuando visionaban pretéritos videos de sus actuaciones. Y, sumergido en plena gira, no le importaba interpretar en directo las tonadas que fuere menester.

No me cabe la menor duda de que Raphael es de los que fenecen con las botas bien calzadas, aunque más certero es afirmar que se trata de un inmortal en el sentido más manriqueño.

Sobrepuesto a letales padecimientos y a las modas que circulan vertiginosamente por entre la contemporaneidad, sigue aplicando su unipersonal género artístico. Raphael es un género en sí mismo, y no solo en el orbe de lo musical.

Perteneciente a una generación de artistas con marcada personalidad, sigue regenerándose día a día, cespitoso, dando más y más vueltas de tuerca al tornillo de su genialidad.

Habiendo perdido, como es lógico, algo de la potencia de voz de que siempre hiciera gala, sigue conservando el aura que tantos años ha perfilado su siempre delirante y enardecido contorno.

Camino de copar seis décadas de ejercicio profesional sobre las tablas, continúa embebido en sus proyectos, siempre dispuesto a iniciar singladuras sin límite.

Es Raphael su temperamento, es su voz, es su look dandi… es su obra, una obra que sigue acrecentándose año tras año.

Francisco Umbral consideraba kitsch todo el envoltorio característico y consustancial al artista, elevándose la voz por encima de todo lo demás, “una voz que —a decir del célebre literato— va del niño de coro a la nocturnidad profunda de Sinatra” (cf. Diario político y sentimental, 2000, p. 346).

Otra apreciación del propio Umbral con la que estoy completamente de acuerdo es con la catalogación del cantante como barroco: “su género —dice— […] nace precisamente en los años del kitsch, los sesenta, y […] sigue fascinando a los públicos como un alarde final del barroco español” (cf. Ibíd.).

Y, en la misma línea, en el mismo epígrafe, me pareció genial la plástica forma de referir lo que, al modo de ver de Umbral, es el barroquismo kitsch de Raphael: “En este artista buscamos una y otra vez la apoteosis de lo kitsch, que en sus sesiones largas —casi todas lo son— llega al delirio, con arrequives y molduras vocales que son el equivalente del churrigueresco madrileño de la puerta del Hospicio. Raphael quedará, como Tórtola Valencia o Cleo de Merode, por lo que su arte tiene de único, de exageración popular de un género, en su caso sentimental” (cf. Ibíd.).

Raphael es un cantante popularísimo y a un tiempo de culto; Raphael casa con todo, combina a la perfección con lo que se quiera. Es un imprescindible.

El ímpetu, las guturales volutas con que moldea el torrente emergido del diafragma se asimilan a las torsiones, cimbreos y espasmódicos capiteles de entrega sin condición; en fin, todos esos aditamentos que son los que nos hacen desear que este gran artista siga ejerciendo como tal por muchos años.