Oct 172013
  
por Héctor Martínez
Der Mond zeigt mir meine eigne Gestalt.
Du Doppeltgänger! du bleicher Geselle!
H. Heine.

Hace poco que el artista MIEDHO nos dio la oportunidad de contemplar algunas de las obras que componen su nuevo trabajo titulado Doppeltgänger. Su obra, habitualmente orbitando sobre lo gótico-romántico, asume nuevas particularidades para continuar el discurso que sobre la imagen viene desarrollando tiempo atrás.

Precisamente por ello empiezo con Heinrich Heine. Recojo los versos de Heine por dos motivos bien diferentes. El primero, porque el poeta romántico escribió en el original, la palabra Doppeltgänger mientras que Schubert prefirió omitir la t para su Lied. En segundo lugar, porque el poeta aproxima este doble a la noche, a lo sombrío, a la luna, al otro lado de la luz, el sol y la vida consciente. Ambos son motivos que MIEDHO contempla en sus nuevos trabajos.

 

Por un lado, retoman los dos la vieja grafía de la palabra que hiciera celebre Richter. Y no parece algo gratuito. El propio Jean Paul establecía en Siebenkas la diferencia entre Doppeltgänger y Doppelgänger. El primero lo asigna a «So heißen Leute, die sich selber sehen» [quienes se ven a sí mismos]; el segundo está referido en la misma novela a un banquete de dos platos presentados simultáneamente [«nicht bloß ein Gang aufgetragen wurde, sondern ein zweiter, ein Doppelganger»]. Con fidelidad al neologismo y su creador, y a los románticos que siguieron (Heine, pero también E.T.A. Hoffman) MIEDHO mantiene el término original, en contra de lo tradicional que mezcló y perdió uno de los vocablos. Como afirmó Paul Fleming, resultara que la misma palabra obtuvo su doble y acabaron fundidas en una.

 

También hay problemas en la extensión del palabro germánico, dada la ambigüedad de ese «sich selber sehen». No tiene verdaderamente que ser un otro igual y separado, sino que perfectamente puede aproximarse, como hiciera Otto Rank desde el psicoanálisis, a la proyección de uno mismo, el desdoblamiento del yo en otro yo que ya mencionara su maestro Freud. Normalmente, se comprende desde esta perspectiva ese doble como surgido de angustias por la destrucción del yo, en concreto, como mensajero de la muerte, como un extremo opuesto al yo consciente que deseamos perpetuar. Por ello, el doble tiende a ser descrito al modo de una aberración, una monstruosidad, un espectro, rasgos todos ellos que nos acercan al discurso artístico y reflexivo de MIEDHO, recordándonos aquel eidolon griego que le sirviera de base. Este doble es, en algún sentido, el yo que ocultamos bajo la imagen porque no queremos reconocernos en ello, o directamente que no vemos porque es invisible a nuestra propia conciencia, el mismo que justificamos con el «ese no soy yo» y el «yo no soy así», el que disfrazamos bajo máscaras y perdemos de vista. Los daimones (demonios, aunque en un sentido muy amplio, ya socrático, ya los estados anímicos y morales, ya el maléfico infernal) interiores que caminan a nuestro lado igual que A. Machado confesara «converso con el hombre que siempre va conmigo».

De todo ello surge la síntesis de MIEDHO, las figuras grotescas, demoníacas, las sombras de una personalidad que sólo se conoce a medias o que sólo a medias se ha construido, y que se destruye y distorsiona en nuestra sociedad del consumo. Nuestro reflejo, esto es, el doble ante el que MIEDHO nos pone, es la deformación que el hedonista Dorian Gray acaba por contemplar en el cuadro de Basil, ni más ni menos, y que cumple la sentencia, según Lecouteux, de Strinberg: «quien ve a su doble, muere».

 

Ahora bien, la propuesta Doppeltgänger va un paso más allá de anteriores series. Fotografía y pintura como ámbitos en los que MIEDHO ha plasmado su discurso vienen a fundirse en la obra dentro de este nuevo trabajo. Una forma evolutiva de la técnica y el material hasta ahora empleados, como dobles el uno del otro, disolviendo los límites de ambas esferas creativas. Mediante procesos de digitalización el artista logra fundir el acrílico y la fotografía hecha por separado del modelo, de modo que dónde creemos percibir una sola figuración, en verdad están las figuraciones de la pintura y la fotografía. Esto es, la propuesta cabe ser entendida, no sólo como representación de una deformación, ese doble social/íntimo del discurso, sino también como el solapamiento de dos disciplinas hasta hoy segregadas. Pretensión, si cabe decirlo, de los no puristas que subrayan y buscan explorar las posibilidades expresivas de las formas de mestizaje artístico, y al caso, de las basadas en la imagen, integrándolas en un discurso reflexivo y crítico. Es, sí, el que se ve a sí mismo, y también, por qué no, el que se representa a sí mismo en un desdoble pintura/fotografía.

 

Otros procesos técnicos en la misma línea comprables están en la serie Pintando con la luz del artista plástico Bogdan Ater, donde la luz es el elemento fundamental para la recreación de pinturas desde la fotografía, o el hiperrealismo de Antonio López, que desde el lienzo busca el detallismo cuasi fotográfico de la escena. Exploraciones todas ellas, al fin y al cabo, que están abriendo puertas, de injustificada cerradura durante largo tiempo, al campo de las bellas artes en la contemporaneidad. En el caso de MIEDHO no se mira desde una arte hacia la otra, sino que el artista los yuxtapone ambos (sin collage propiamente dicho) en una dialéctica común, con la intención de asumir ambos lenguaje visuales por igual, sin dar protagonismo a ninguno.

 

«When art becomes human», subtitula el artista. Repárese en que human cabe ser entendido como nombre y como adjetivo, por lo que entramos en un doble juego lingüístico también: «Cuando el arte se hace humano» o «Cuando el arte se convierte en hombre», de las cuales, entiendo la segunda sin rechazar la primera, pues el arte de MIEDHO anda limítrofe entre la representación y el hombre, habiendo hecho de sí mismo un eidolon, o ahora, un Doppeltgänger. Él es su propia obra de arte, él es su propio discurso.