“Para empezar, hacer una pequeña disquisición que se me ocurría el otro día: pensé que un libro puede ser tanto más auténtico en la medida en la que es fruto de una revelación, que fue lo que a mí me pasó.
Una primera revelación fue leer por primera vez a Ory; Carlos Edmundo de Ory, autor con enjundia; autor que está en la historia de la literatura española, pero ocupando líneas de marginalidad, pequeños epígrafes. Escribía Manuel Vicent una columna que llevaba por título “Principio de Arquímedes”, en ella metaforizaba irónicamente cuando afirmaba que mueven más agua mediática e histórica, muchas veces, aquellos personajes que tienen un peso intelectual o de otro tipo inversamente proporcional a esa agua que mueven, y personajes que tienen una función que redunda en valor social o cultural o intelectual, pasa al contrario, que no mueven casi agua, por tanto aquí no se cumplía el principio de Arquímedes en sentido diametral…
Bien, pues es lo que ocurre con Carlos Edmundo de Ory, que es un literato que, como otros, hemos perdido, o si no lo hemos perdido, lo tenemos que compartir con el país vecino, con Francia, que es donde ha pasado la mayor parte de sus últimos años.
Carlos Edmundo de Ory es un poeta, bajo mi punto de vista, equiparable a Miguel Hernández, e incluso diría que a San Juan de la Cruz.
La poesía, aparte de un gran poder condensador, gracias a la retórica, cuando es buena, produce elevación, y creo poder decir que sentí esa elevación. No sé cuántos palmos me elevé del suelo. Leer a Ory era elevarse.
Pasaron días, semanas, quién sabe si algún mes que otro, de aquella primera revelación cuando tuve otra, que fue la de la “horizontalidad”. Fueron dos revelaciones separadas en el tiempo pero que, de pronto, encontraron un nexo común.
Este tipo de revelación que me vino por segunda vez, vinculada a la horizontalidad, me vino también acompañada, acto seguido, de muchos ejemplos que materializaban ese primer fogonazo abstracto. Y luego, deconstruyendo y haciendo collage, pude ver cómo en la historia de la literatura y en otras artes, pero sobre todo en la canción, tan emparentada a la lírica, y en otros poetas, había ese sustento teórico que yo necesitaba para, de algún modo, legitimar todo ese pensamiento que me había sobrevenido. Y es que no era tarea fácil empezar a teorizar sobre un momento tan concreto, tan específico y tan etéreo. Hablamos de ese momento que está en la frontera entre lo terrenal y lo celestial. Ese momento que se vive, precisamente, en postura horizontal. Haciendo también una metáfora, esa línea que es el horizonte nos ubica, precisamente, en ese trazo que se forma. Una línea que no existe porque es un efecto visual. Entonces, ¿cómo teorizaba yo, cómo le daba enjundia, cómo le daba corporeidad a esa primera revelación a través de la que tenía que materializar la revelación porque me sentía urgido? (Es lo que tienen las revelaciones). Y qué mejor sustento para organizar todo ese marco teórico que apoyarme en la poesía de otros grandes poetas que han teorizado también sobre ese momento sublime. A lo mejor no le han dedicado siquiera un poema al momento de la horizontalidad, pero sí, de un modo más o menos transversal, lo han tocado; e incluso de un modo también directo, por qué no. Está ahí Luis Eduardo Aute, está Vicente Aleixandre, incluso Fernando Trueba, el director de cine.
Se van glosando una serie de pasajes que desembocan en ese momento tan concreto, que yo llego a comparar con alguno de los cuadros del Greco que transcurren entre dos planos, obras biplánicas. Y, curiosamente, el azar me ha hecho crear un libro con dos planos: en la primera parte hacemos un marco teórico en el que venimos a fundamentar ese momento, y todo sirve de antesala para luego deconstruir (porque todo análisis poético viene a ser una deconstrucción, es decir: aquí este señor ensambló esto con esto, creó esta metáfora, creó esta imagen y parió este poema). Es deconstrucción la segunda parte del libro: se glosan, se analizan diez poemas que comparten el estar vinculados a ese momento de la horizontalidad y que sin necesidad de explicaciones demasiado objetivas, nos hace percibir en nuestro interior a qué nos podemos referir, máxime si, salvo desgracia, hemos podido vivir esos momentos de difícil explicación. Para eso está la poesía, y una gran recomendación es leer, a través de este libro, o a través de otros, a Carlos Edmundo de Ory, que es un poeta sobre el que hace falta obra crítica y teórica, porque es muy grande. Recomiendo el acercamiento del público a la obra de este poeta.
Por otra parte, el libro está cubierto, posee el cobertor de una grandísima portada, que le da gran elegancia y gran puesta en escena, realizada por María de Sagarra, a la que conocí en el Espacio Niram y a partir de ahí pudimos colaborar. Ella supo captar la esencia de lo que yo le conté, nos reunimos y hablamos. También leyó la obra y la supo interiorizar.
La portada le da gran elegancia al libro y resume la almendra de lo que podemos encontrar dentro del mismo. “