por Diego Vadillo López
Héctor Martínez Sanz siempre fue muy dado a ingresar en universos de fantasía, y eso pese a ser un tipo con los pies bien asentados sobre la corteza terrestre.
Bregado en los universos extemporáneos de «Alicia en el país de las maravillas» y de «La historia interminable», un día en que paseaba por el bosque animado de las bellas artes, fue asaltado, y esta vez no por el bandido Fendetestas, sino por un peculiar sujeto de perilla en semicircunferencia, el cual le sustrajo toda la emoción, viéndose desde entonces anegado en un sugerente cosmos. Por la órbita de su cráneo, día sí, día también, giraban flores brotadas de huevos tras romper el cascarón, plumados ojazos de pico corvo y ceño fruncido, liras con la pedicura magistralmente ejecutada, chelos luciendo senos de gran firmeza, pájaros con alas metacarpianas, y así…
Tamaño resultaría el asedio diario al que quedó sometido el vocacional profesor Martínez por parte de tan simbióticos seres, que acabó siendo arrastrado por éstos a la «madriguera de Elron».
Avezado y certero glosador de beldades artísticas en general, y pictóricas en particular, don Héctor empezó a sistematizar toda aquella fauna surreal, haciendo gala una vez más de sus dotes de taxidermista de animales-objeto y de objetos vivificados.
Y con tanto ahínco se empleó el buen profesor que, cuando quiso darse cuenta, se topó frontalmente con una montaña de papel escrito la cual, al modo de los seres baruchelronianos, cobró vida y lo exhortó a cumplir un naciente cometido: dar nueva forma a aquella erudición atesorada. Publicarla como libro.
Y de este modo, gracias a la inestimable ayuda de la editorial Niram Art, ha aparecido «Baruch Elron», un delicioso volumen de más de trescientas páginas, con numerosas láminas a color en la parte final, a través del que Héctor Martínez peregrina por las sendas más extraviadas de la dulce vanguardia elroniana.
Es el libro un claro ejemplo de honestidad intelectual y de dedicación vocacional, extrayendo horas impensables al día. A poco que se empiece a leer el libro, el aventurero lector se encontrará con la lúcida explicación de un trayecto pictórico, no desde la distancia, al contrario, lo que se ofrece es el texto dimanado de una obra no sólo conocida, sino metabolizada.
Estoy convencido de que el Héctor que ha regresado del trayecto no es el mismo de antes del inicio. Y eso estando ya prevenido, pues las palabras que empleaba él mismo en un artículo para el lenguaje caben en los pictóricos derroteros: «la lengua es una combinación de signos dentro de un sistema. Somos nosotros los que tenemos la capacidad de usar ese sistema como nos plazca, combinar como combinamos las prendas o el color de las paredes de la casa. Puede uno hacerlo al gusto en un ejercicio de ingenio, de juego con la palabra, una detrás de otra, en libertad de asociación, en escritura automática, en greguería, o con sentido pensado y precisado. Nadie ha establecido que sea asunto de la lengua el tener sentido inclinado hacia la verdad. ¿Verdad? Ya se sabe, la hueste de metáforas de Nietzsche, sonidos arbitrarios y ordenados desde un criterio antropomórfico, es decir, el único criterio que parece que tengamos» («Jugando con la lengua día a día,…Bolo García». Azay Art Magazine, 17-3-2011).
En fin, tras la aparición de «Baruch Elron» sólo queda felicitar al profesor Héctor Martínez Sanz por tan magistral y merecido tributo al maestro Baruch Elron.