David de Michelangelo

Por Eva D.

5:14 Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos; Su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros. 5:15 Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino; Su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros. (Cántico de los Cánticos)

Esta primavera, se cumplirán dos años desde que aconteció un milagro en mi vida.  Este milagro se llama deporte, en muchas de sus variedades (levantamiento de pesas, saltar la cuerda, jogging, ejercicios pliométricos, entrenamientos con el saco de boxeo etc.) las cuales encontré unidas de manera más completa en el entrenamiento preparativo para los combates de boxeo, el más difícil y complejo deporte. Trabajando en el campo cultural, he observado muchas veces, la actitud llena de desprecio de muchos intelectuales hacia la gente que dedica su tiempo a las actividades físicas, como si la preocupación por el deporte fuera vanidad en relación al aspecto físico o prueba de un intelecto flaco (sólo los que no tienen la capacidad mental de hacer otra cosa escogen el deporte).

Ofrezco al deporte hasta 2 horas por día, 6 días a la semana, y lo que el deporte me ofrece en cambio es una inexplicable sensación de euforia.  El placer máximo que siento al perder la respiración después de un entrenamiento ante el saco de boxeo no puede ser igualado por nada. Es la euforia  de la sensación de poder absoluto; he salido de lo físico, me he burlado del pobre cuerpo transpirado y maltratado, del corazón que rompe mi pecho, de los pulmones que andan locos por bombear aire en las células torturadas. Pero yo he vencido a la célula, he luchado con la carne que tiembla, he demostrado que no soy sólo carne y hueso. Soy el espíritu que vence a la materia, soy Israel que lucha toda la noche con el ángel de Dios. Yo soy Dios, soy mi propia obra de arte, soy mi artista personal, soy mente y poder. No soy una mujer sin fuerza, soy yo quien decide cuándo y cómo respiro, soy más que mi cuerpo y demostrarme esto todos los días me llena de euforia. El sentir que si diera un puñetazo al muro, éste  podría vacilar y caer (por más absurdo que fuera esta idea), es el éxtasis del ser humano que se ha conquistado a sí proprio. La luz que parece locura en los ojos de los deportistas al final de una competición es la luz del hombre que ha alcanzado, por un segundo, la inmortalidad, transformando la materia en espíritu, sometiendo la carne, disciplinándola, torturándola, conquistándola.  Ésta también es una forma de arte, o tal vez  hasta una actitud religiosa.

Cuando pensamos en el arte, nos viene a la cabeza de inmediato la estética, aunque el arte se proclame autosuficiente. El arte no tiene que expresar lo bello para tener valor, pero siglos y siglos de arte parecen subrayarnos que no somos tan amantes del arte sólo por el arte. Nos gusta lo bello, la estética, y el arte nos ofrece momentos sublimes en este sentido.

Uno de los objetos de estudio del arte es, fue y será el cuerpo humano. Aquí las cosas han tomado un curso que aún no me puedo explicar. Aunque el cuerpo femenino representado en el arte se fue cambiando tras la moda de cada época, el cuerpo masculino parece retener, desde los antiguos hasta los medievales, y hasta los días de hoy las mismas proporciones.

Otra cosa que ha cambiado es que hoy se hace una diferencia entre los que se dedican a la actividad física y los que se dedican a la intelectual. En contra de la percepción antigua “Mens sana in corpore sano” (expresada, curiosamente, por un poeta y no por un deportista, Juvenal), y de la increíble tradición atlética y cultural de la Antigua Grecia (si, se trata de la misma Grecia de los filósofos y poetas), hoy en día, esos mundos están completamente separados, y hasta se miran con animosidad, sobre todo por parte de los que pertenecen al mundo intelectual. Dedicar tiempo al deporte es igual hoy en día a no poder hacer algo más, es decir, pensar. ¿Por qué saltar la cuerda durante media hora si puedes tumbarte perezosamente en el sofá y garabatear algunos versos blancos o algún esbozo “abstracto”? ¿Qué será más difícil?

Evidentemente, cada persona tiene su proprio camino y no debemos ser todos campeones olímpicos. Pero, lo que yo aprecio en el mundo del deporte es la imposibilidad de  presentar excusas. Es aquí donde el mundo de los intelectuales tiene mucho que aprender. El deporte es un mundo duro y sincero, que separa claramente a los buenos de los peores. No hay deportistas que gritan que “no son entendidos”; la separación entre bueno y malo es muy drástica y fácil de hacer. En el mundo del arte y de la literatura, por ejemplo, los cánones que miden el valor son subjetivos y también sería imposible de otro modo. Pero esto ha dejado abierta la puerta para los miles de poetas mediocres y desentendidos, de genios artísticos auto-proclamados que acusan al público y a los críticos de no ser capaces de entender sus “creaciones”. ¿Dónde están los deportistas que lloran por no ser entendidos? ¿Los que podrían ser campeones olímpicos pero no pueden ni acabar la partida? ¿Por qué un boxeador que pierde por knock-out  no puede presentar la famosa excusa de que el árbitro no haya entendido su gran talento?

La medicina de hoy les da la razón a los antiguos y estudios científicos insisten en la importancia del ejercicio físico para un buen funcionamiento del cerebro, pero ¿cuántas personas les hacen caso? En su libro “El cerebro: manual de instrucciones” John Ratey, profesor en la Universidad de Harvard explica los beneficios del deporte para el cerebro: “Está claro que el ejercicio mejora el cuerpo, pero algunos de los hallazgos más apasionantes señalan los efectos positivos que tiene para la salud mental. Primero, aumenta la cantidad de sangre que llega al cerebro. Y se ha visto que puede aumentar el número y la densidad de los vasos sanguíneos en las áreas donde más se los necesita: en la corteza motriz y en el cerebelo. Por lo tanto, además de su bien conocido efecto en el aumento de los vasos sanguíneos y en la mejora de la circulación en el corazón, parece que el ejercicio o la actividad tienen un efecto similar en el cerebro. Cuanto más la usamos, cuanto más la sometemos a un mayor esfuerzo, mejor es nuestra circulación y más apta se vuelve esa parte del cerebro.”

Entre los deportes, un lugar principal lo ocupan las artes marciales, que requieren un aprendizaje y coordinación de los movimientos: “El ejercicio que requiere el aprendizaje de movimientos complejos afecta a nuestros cerebros de otras formas. La danza moderna, el baloncesto y las artes marciales incluyen multitud de movimientos coordinados; practicarlos hace que crezcan más conexiones entre las neuronas. Nuevas investigaciones indican que estos tipos de ejercicio afectan también a los ganglios basales y al corpus callosum, con lo que agudizan la memoria e incrementan la capacidad de dominar información nueva. Puede que esas áreas se deterioren un poco con la edad, pero no es inevitable. Conservar la memoria y reparar las conexiones cerebrales debilitadas depende de la estimulación. A la mayoría, cuando nos acercamos a los cincuenta años, se nos frena la mente. Esa lentificación generalizada afecta a casi todo lo que hacemos, desde nuestro tiempo de reacción a la rapidez con que aprendemos o recordamos. Ello sucede en parte porque el cuerpo se vuelve menos eficaz al repartir nutrientes al cerebro. El antídoto: el ejercicio, conseguir que lleguen más nutrientes al cerebro. También pueden decaer las funciones de un cerebro viejo por una disminución de los niveles de dopamina que cruzan las sinapsis. El ejercicio físico también eleva esos niveles de dopamina.”

A nivel estético, parece que sufrimos de la misma ceguera. He visto en la tele (lo reconozco, lo he puesto en Replay varias veces) un incr

eíble punto de vista masculino comentado por Mircea Badea (1) que pretende que el modelo masculino del tipo Hugh Jackman no gusta a las mujeres de modo natural y espontaneo, sino solamente por ser actor en Hollywood y aparecer en las revistas.

I beg to differ, como dicen los ingleses. Estaba pensando, mientras que escuchaba el programa, en un posible manifiesto masculino (igualmente absurdo), de los hombres en contra del David de Miguel Ángel.

Vamos a echar un vistazo a esta estatua. Observamos de inmediato que las normas estéticas que gobernaban en el tiempo de Miguel Ángel están conformes con los de nuestros tiempos y con Hugh Jackman. Me pregunto: ¿será que las mujeres en el tiempo de Miguel Ángel volvían atrás sus miradas “horrorizadas” por el abdomen “6-pack”, los brazos fuertes donde pulsan las venas (quien ha levantado pesas sabe lo difícil que es conseguir que esas venas del bíceps sobresalgan), las piernas musculosas y la espalda tan embriagadamente ancha del atlético rey de Israel llegado a tierras florentinas? Algo me dice que las mujeres del año 1500 miraban a este súper-musculoso David exactamente como lo miran las mujeres del año 2011, sin que ninguna revista, ningún Hollywood influenciara las en su admiración.

Pero ¿quién es este David, inmortalizado en un bloque de piedra tan duro como los bíceps y oblicuos abdominales de cualquier atleta o actor del año 2011? ¿Por qué gustaba él a las mujeres, desde las israelitas del año 1010 a.c, pasando por las italianas del 1500 hasta las mujeres modernas? ¿Qué tenía él tan significativo? ¿Cuáles eran las cualidades de este hombre y qué es lo que ha cambiado en nuestra percepción femenina de lo que significa ser un hombre atractivo? Y, sobre todo, ¿por qué odiaban los hombres a David y, si hubieran tenido un blog, por qué habrían escritos manifiestos en su contra?

David era, en primer lugar, hermoso físicamente y el Antiguo Testamento insiste en la belleza física del joven rey judío: “y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Dios dijo: Levántate y úngelo, porque éste es.” (1 Samuel, 16:12) Además de sus ojos bonitos con los que  ha conquistado al propio Dios, parece que David se entrenaba, era valiente y le gustaban las luchas, siendo reprendido por su hermano Eliab debido a su amor por éstas:

Y oyéndole hablar Eliab su hermano mayor con aquellos hombres, se encendió en ira contra David y dijo: ¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido.” (1 Samuel, 17:28)

Pero David, joven, bello, orgulloso, no se limitaba a observar las luchas. David nos explica en sus propias palabras cuál era su forma de entrenar y lo trae como prueba de su capacidad de luchar contra Goliat. Estos entrenamientos del pastor que se convertiría en el guerrero número uno de Israel incluían correr y la lucha cuerpo a cuerpo con las bestias salvajes: “David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, 35 salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. 36 Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; (I Samuel 17:34)

David, el joven guapo, entrenado y valiente provoca, exactamente como acontecería en los días de hoy, la terrible envidia del Rey Saúl que intentará en vano matarlo.

En el Antiguo Testamento narra detalles picantes de la vida del rey judío, su perdición por la bella Bat-sheba, que estaba casada. El Eros andaba, en los tiempos bíblicos, mano a mano con las artes marciales y la belleza física. El pasaje en que David, ya hombre en todo el poder de la palabra, endurecido en batallas, con músculos de acero, ve a Bat-sheba bañándose, es uno de los más eróticos por la naturalidad del impulso sexual en tal hombre. ¿Es este episodio tan alejado de los descubrimientos científicos sobre la relación entre el entrenamiento físico y un mayor deseo y rendimiento sexual? David, por su humanidad y por su capacidad de cometer también errores, enamorándose de una mujer casada, es, hasta hoy, una de las más amadas figuras de la Biblia, tal como también lo sugiere su nombre, “el amado” (¿por las mujeres?).

Pero David era más que un guerrero y un amante. Era músico y poeta. 73 de los salmos de la Biblia son atribuidos a David. Además de su naturaleza impetuosa y pasional, David, tal y como se nos muestra en los salmos, es también filósofo, psicólogo, escritor y sobre todo un hombre extremadamente inteligente y lleno de sensibilidad. ¿Qué más podrían desear las mujeres? Un guerrero poeta, músico con ojos bonitos, pasional y capaz de romper cualquier ley para conseguir a la mujer amada, por la que se enamora a primera vista…

A lo largo del Antiguo Testamento, nos encontramos con muchas referencias a la importancia de la belleza física tanto en hombres como en mujeres (¿quién podría olvidar a Sarah, tan bella que su marido Abraham tenía que pasarse por su hermano por miedo a la envidia de los otros hombres, o a  la Reina Esther -cuya celebración anual, Purim, se acerca- quien por su belleza e inteligencia ha conseguido salvar al pueblo judío de la muerte preparada por el malvado Haman, o a la increíble Judith, quien consigue entrar gracias a su belleza hasta el cuarto del rey enemigo y tiene el valor de cortarle la cabeza?), culminando, como es obvio, en el Cantar de los Cantares. Las bellas, valientes e inteligentes mujeres de la Biblia han sabido utilizar estas cualidades y tomar, cuando la historia lo pedía, el lugar de los hombres. Vamos a ver qué es lo que aprecia Sulamita en los hombres de Israel:

3:7 He aquí es la litera de Salomón;
Sesenta valientes la rodean,
De los fuertes de Israel.
3:8 Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra;
Cada uno su espada sobre su muslo,
Por los temores de la noche.

Cantar de los Cantares

Paso a paso, Sulamita describe a su amado: músculos bíceps y tríceps fuertes, manos embellecidas por venas nerviosas que pulsan con el esplendor de las piedras preciosas, pecho ancho y poderoso como un escudo, piernas musculosas y resistentes como muros, todo en él es fuerza majestuosa.

5:14 Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos;

Su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros.

5:15 Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino;

Su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros. (Cántico de los Cánticos)

Si intentáramos reconstruir un modelo a partir de la descripción de la mujer llegaríamos a algo semejante al David de Miguel Ángel o a un deportista o hasta a Hugh Jackman. Los cánones que dictan la belleza masculina no se han modificado desde el comienzo del mundo hasta hoy, nos dice Miguel Ángel y su musculoso Adam. No creo que haga falta subrayar que el musculoso y pasional amante del Cantar de los Cantares no es otro que el propio Rey Salomón, tan famoso por su gran sabiduría.

El Talmud nos ofrece la explicación por esta preferencia de Dios por la belleza física manifestada repetidamente en la Biblia. El ser humano es la obra prima de Dios. Ya que Dios ha dado al hombre tanto cuerpo como alma, esto subraya la igualdad entre las dos partes. El cuerpo no es menos importante que el alma. Si pensáramos de esta manera,  nos burlaríamos de la obra de Dios. La perfección buscada en la Biblia y en el Talmud se refiere a una dobla perfección, física y espiritual. Más que eso, la perfección espiritual no puede existir sin la física. El ser humano tiene el deber supremo de embellecer, adornar y cuidar de la obra divina, del cuerpo y del alma que Dios le ha dado. Así, en una vida gobernada por los principios dietéticos e higiénicos de la Torah se puede ayudar al cuerpo a alcanzar la perfección, tanto de la belleza como de la limpieza  y salud. Los rabinos del Talmud son muy claros en esto, entre las cualidades exigidas para que la shekhinah (2) brille encima de una persona, se encuentran un cuerpo bien construido y un aspecto majestuoso. Hoy en día, por un cuerpo bien construido entendemos uno atlético, musculoso, armonioso. Creo que los de aquel entonces no estaban lejos de esta misma percepción. Conforme un aforismo rabínico “la limpieza física lleva a la limpieza  espiritual”, y por limpieza física no se entiende solamente lavarse. Un cuerpo bello, armonioso, y sobre todo limpio, parece ser el ideal estético judío. Lo intelectual y lo espiritual sólo pueden avanzar y triunfar en estas condiciones físicas en que el cuerpo y la mente funcionan unidos. El cuerpo fuerte y sano hará una mente fuerte y sana. Algo parecido al verso del poeta latino.

Dejemos atrás las pasiones y luchas del Antiguo Testamento y miremos hacia el santuario de la filosofía y de la actividad física: la Antigua Grecia. Extrañamente, la misma cultura que ha dado al mundo la filosofía más pura también ha ofrecido el ideal estético llevado hasta el límite, el atlético. ¿Cómo podían convivir estas dos corrientes que hoy en día son tan diferentes? Los griegos ponían en el centro de su vida al ser humano y trataban de perfeccionarlo, tanto deportiva como culturalmente. Los dos campos eran vistos en conjunto y llevaban al mismo objetivo: la perfección del hombre. La institución “gymnasium”, la sala de fitness de hoy, era más que un lugar donde atletas desnudos peleaban en luchas greco-romanas. Era un lugar donde los filósofos se juntaban para tertulias, donde los jóvenes recibían educación y los profesores ofrecían instrucción. Era un lugar donde se intercambiaban ideas y se generaba el conocimiento al mismo tiempo que se perfeccionaba el cuerpo. Espíritu y cuerpo, ambos beneficiaban al máximo: intelecto y músculos, estética y moral, éstas son las perdidas lecciones de la Antigua Grecia.

El régimen físico durísimo que seguían los atletas griegos creaba caracteres fuertes, capaces de brillar después en los campos artísticos, culturales, de resistir al trabajo, de acostumbrarse a la lucha con la mente. Los jóvenes griegos aprendían a utilizar la fuerza de la mente para dominar a su cuerpo. Es así que se obtiene la liberación y comienza la excelencia (pericia). Cualquier acto de creación es en primer lugar una lucha de la mente. Si la mente está ejercitada, y es resistente, segura de su capacidad, entonces su producción será mejor y mayor en cualquier campo.

Hoy en día, por los conocimientos que tenemos, sabemos que esto realmente ocurre. La actividad física reduce el estrés, oxigena, refresca, fortalece, genera resistencia física y mental, ofrece momentos de éxtasis en agonía (la palabra griega agon significa competición).

Los deportes preferidos de las olimpiadas griegas era los de combate y contacto  corporal  (el full-contact de hoy), es decir las artes marciales (Marte, el dios latino de la guerra no es otro que el griego Ares, que está representado en tantas esculturas como un hombre muy atlético).

Hoy, las artes marciales han sobrevivido y se han perfeccionado, juntando arte y ciencia, mente y cuerpo, en el afán de alcanzar la misma perfección dual del hombre del Antiguo Testamento o de las Olimpiadas griegas. Desde las arenas griegas hasta los días de hoy, el boxeo ha sido el deporte-arte estrella de las élites deportistas. Con raíces en la Ilíada de Homero, siglo VIII a.c, el boxeo de los griegos antiguos llevaba los mismos símbolos tan característicos y conocidos hoy: los vendajes de las muñecas, que en aquel entonces eran de piel.

Para los que no tienen conocimientos de deporte, el boxeo no es más que una pelea fea entre dos hombres, que demuestra el instinto animal del ser humano, que nos lleva hacia el estado de salvajes y nos degrada. Para quienes han tratado por lo menos una vez de vendar sus muñecas y ponerse los guantes, el boxeo es un deporte complejo que requiere una sola cosa: la perfección en la alineación total de la mente con el cuerpo.

El boxeador Emil Pop, campeón europeo de kick-boxing, es el ejemplo vivo de esta vieja historia de amor entre el cuerpo y la mente que lo habita. Semejante a la búsqueda entre hombre y mujer para completarse en un único ser superior que pueda funcionar al más alto nivel y capacidad, la mente se une con el cuerpo en el éxtasis único del esfuerzo físico. Quien oye a Emil Pop hablar descubre algo muy poco frecuente: pasión llevada hasta más allá de cualquier límite del dolor, de la resistencia, del cansancio, de la edad…

Del deporte, y del boxeo en particular, he aprendido que no hay límites. El sentimiento embriagador de poder cuando te das cuenta de que puedes dar órdenes a tu mente y hacer que tu cuerpo ultrapase cualquier obstáculo, es sólo una ínfima parte de las muchas sensaciones irreales y beneficios físicos y psíquicos que te ofrece el deporte.

Arte o combate, estética o vanidad, el deporte repone al ser humano en su normalidad dual, con una perfección física e intelectual. Lo opuesto es contrario a la propia naturaleza humana. El deporte representa la ley de la normalidad y no viceversa.

He reclamado mi cuerpo y he descubierto que soy más que cuerpo. Ésta es la increíble lección del deporte que se convierte después en la lección del arte y de la estética.

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(1) Mircea Badea es un hombre de televisión rumano, realizador del programa En la Boca de la Prensa

(2) (Shekhinah) – presencia, radiancia de Dios, en Hebreo