El Carnet de un enamorado
Por Roni Caciularu
Dos actrices judías, a través de acontecimientos muy felices para mí, se han presentado en frente de mis ojos, retrospectivamente, y se han quedado en la retina del corazón y del pensamiento, en una rica euforia estética. Se trata de la gran señora del Teatro Habima, Lia Koenig, reina del arte teatral israelí, hablante también de lengua rumana, y otro monstrum sacrum, esta vez de la escena y de la pantalla rumana, la actriz Maia Morgenstern, ya un nombre famoso en el mundo entero, a pesar de su gran modestia que le hace siempre acentuar que ella aún es “una artista en desarrollo” (todos estamos siempre “en desarrollo” pero aún más los grandes artistas). Sobre las dos artistas han corrido ríos de tinta en páginas inmaculadas. ¿Por qué yo también escribo? Simplemente, porque las amo. Y cuando amo, no me puedo callar.
A Lia Koenig la vi en “El chofer de Miss Daisy”. Radiante, magnifica, sublime. La relación que tiene con su chofer, dado que viene impuesto por su proprio hijo, puede significar al principio una prueba de que ya estuviera vieja, y evoluciona desde rechazo, distancia, hasta arrogancia, determinadas por tantas diferencias: el color de la piel, la religión, la condición social y material, grado de cultura, la negación de la idea de vejez como algo definitivo, una relación que evoluciona desde oposición a aceptación, mas tarde a amistad distante y, después, hasta una comunión tierna con perfume de rosas ya marchitadas. Pero, aún guardan las espinas, sin las que las rosas perderían su encanto. Se pasa desde madurez tardía hacia pesada vejez y voz dolorida, con llanto de almas. Miles de matices, cada una añadiendo algo, cada una adornando un atardecer de lágrima aún no caída. Arte de joyero y hechizo, estos son los atributos de la distinguida señora, de la reina del teatro que se llama Lia Koenig. Son sus herramientas de trabajos y con ellas hace lo que ella quiere de nuestras almas.
¿Pero, qué quiere Lia Koenig? ¿Por qué es ella no sólo una gran actriz pero también una gran artista? Una de las respuestas sería porque ella elige su repertorio no solamente por criterios estéticos, en función del registro de sus medios de expresión escénica, pero también en función de un registro moral, que forma un modo y una concepción de ver la visa (y la muerte). Se trata de criterios de conciencia, porque el actor puede dar vida, o puede contribuir en la vida de las ideas viables, positivas o, por el contrario, detestables. El tema puede ser desarrollado mucho más pero no aquí. Es muy importante, esencial, la manera como interpretas. Pero igualmente importante es lo que interpretas, cual es el mensaje que transmites, que provocas, directa e indirectamente. El repertorio de Lia Koenig, es, en mi opinión, un modelo. La actriz, la artista, me estremece, me domina, por eso me siento siempre en la sombra (de la sala de teatro). A veces hablo con ella después de un espectáculo, porque tengo tanto que decirle. Y pienso, como un enamorado, que ella me oye. La amo yo, pero también decenas y centenas de personas.
La otra actriz, electrizante, también judía y de un inmenso talento, es Maia Morgenstern. Tuve el placer de participar a un encuentro publico con ella, en Jerusalén, organizado por dos instituciones de prestigio: El centro Cultural de Jerusalén, dirigido por dos finos intelectuales (Costel Safirman y Leon Volovici) y el ICR de Tel Aviv, cuya culta y refinada directora, Madeia Axinciuc ya es un nombre muy conocido en Israel desde el punto de la gestión cultural. Maia Morgenstern, mujer apasionante, hermosa y atrevida, con señales de non-conformismo pero siempre en la línea de la más fina educación, de espirito vivo, oradora agradable y seductora conquistó al público, ofreciendo una mañana de oro.
El merito también es del anfitrión, Costel Safirman, un moderador sutil, hábil y rápido, que supo proteger a su interlocutora cundo era necesario, pero también abriendo nuevas y esenciales direcciones de conversación, sugiriendo no sólo luces pero también sombras. El distinguido Círculo de Jerusalén, distinguido por su público de gran calidad intelectual, que viene a estas manifestaciones en busca de su contenido ideático y artístico más suculento (pero también distinguido por la substancia y habilidad de sus dos iniciadores) se afirma siempre como una academia poco académica, perspicaz, viva, de fácil acceso, al gusto de las almas y mentes más abiertas.
Las respuestas de la fascinante e inquieta actriz estuvieron llenas de modestia, originalidad, sinceridad y verdad. Hay que señalar que fuimos más una vez conquistados por su encanto y por su arte cuando interpreto un fragmento del espectáculo presentado en Tel Aviv, en el ICR, intitulado “Pequeño y diabólico”, dedicado a la memoria de Ion Pribeagu.
Se ha hablado sobre la evolución de la artista, sobre su éxito, su vida personal, su manera tan especial de ser, sobre los directores quienes han tenido confianza en ella. Y sobre muchísimo más. Sin embargo, casi nada se ha hablado sobre los valores éticos del arte del teatro y del cine. Los altos valores artísticos significan también un mensaje estético y ético, subvencionados por el arte de la interpretación, y en primer lugar, ideas y sentimientos que hablan de algún mandamiento moral. Me hubiera gustado, obviamente, oír hablar a este gran talento sobre el contenido de ideas de su arte, desde posiciones claras, especificas. Le han preguntado sobre el modo de selección de sus papeles. He oído sobre todo los criterios artísticos y me hubiera gustado oírlos también a los de conciencia.
Tengo que admitir que amo inmensamente a esta joven señora, ya tan grande, y que sólo el amor que me inspiran los “monstruos sagrados” me permite decir lo que me gustaría oír de una amada así. Ella decidió hablar públicamente, lo que es natural, porque un artista no pertenece sólo a si proprio. Y su conciencia hace que todos sus enamorados vibren al compás de su corazón y pensamientos. Y Maia, la bella y magnifica Maia Morgenstern, consigue perfectamente dominar el escenario y el público. ¡Ella debe tener tantos admiradores! ¡Es claro que no puede ser indiferente para mí lo que ella piensa, como lo piensa y lo que prefiere animar!
Me alegraría mucho si pudiera ser, por lo menos una sola vez, el chofer de Miss Maia Morgenstern, guardando las coordenadas adecuadas, claro. Me gustaría abrirle la puerta del coche en Jerusalén y, en silencio, darle la oportunidad de sentir todo mi respecto y devoción. Por todas sus calidades, por la alegría y la luz que emana, por su talento, encanto, espontaneidad y serosidad de su trabajo, ella merece, estoy convencido, toda mi admiración, todo mi amor…
¿Pero sólo los míos?