Por Eva E.
El Shabat, cuando el tiempo para – En el artículo “Hawking nos arroja al futuro, a gran velocidad”, publicado en la prestigiosa publicación “The Times”, se exponen las afirmaciones, chocantes como siempre, del famoso físico Stephen Hawking. Los humanos podrán viajar al futuro, construyendo naves espaciales que podrán alcanzar hasta el 98% de la velocidad de la luz. De este modo, para los que estén al bordo de la nave, el tiempo correrá más despacio, exactamente como en el cuento popular rumano “Juventud sin vejez y vida sin muerte”.
Hawking dijo: “el viaje en el tiempo era, hace algún tiempo, considerado una herejía científica y evité hasta ahora hablar sobre esto, para que no me tomasen por loco, pero en la actualidad ya no soy tan cauteloso.”
La base para estas declaraciones escandalosas es la vieja Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, que dicta que a medida que los objetos desarrollen una velocidad mayor, el tiempo pasa más despacio para ellos. A velocidades que se acercarían a la de la luz, eso significaría diferencias importantes. “Si se pudiera construir una nave espacial lo suficientemente rápida, entonces se podrían alcanzar otras estrellas, aunque en la Tierra hubieran pasado 2,5 millones de años,” explica el físico.
Alcanzar la velocidad de la luz es, conforme la física actual, algo imposible, pero éste sería el único modo de eliminar el Tiempo, y junto con él, la muerte. Pero ¿qué es el Tiempo y cómo determina nuestras vidas en sus tres hipóstasis: Pasado, Presente y Futuro?
En la Teoría de la Relatividad Especial, el espacio y el tiempo son medidas entre las que hay una conexión intrínseca y, por consiguiente, no pueden ser consideradas entidades separadas. El espacio-tiempo une el espacio tridimensional y el tiempo uni-dimensional en una construcción llamada el continuo espacio-tiempo, donde el espacio es la cuarta dimensión.
Parece que la biología y la genética siguen el mismo camino desconcertante e innovador de la física. El conocido genetista de la Universidad de Cambridge, Aubrey de Grey, afirma que el primer ser humano capaz de alcanzar la edad de 1.000 años ya ha nacido. “Estoy investigando sobre la inmortalidad” dice Michael Rose, profesor de biología en la Universidad de California.
En el mundo de la ciencia, las barreras de la “normalidad”, tal y como las conocíamos, parecen ser desplazadas cada día más lejos. Sin embargo, en el continuo espacio-tiempo, edades de 1.000 años no son ideas tan originales e innovadoras si las miramos desde el pasado. Una numeración inversa nos lleva hoy hacia el pasado, a los escritos de la Torah, a la edad del primer humano, Adán, y sus 930 años, por citar sólo un ejemplo.
Pasado-Presente-Futuro, la cuarta dimensión, la fuerza hasta ahora invencible del Tiempo… El arte también lucha contra el tiempo, la muerte y la imposibilidad. En una entrevista, el pintor Hevel Niram dice:
«Estar frente de un cuadro, el único en el mundo con esas características, tal como había salido de la mano del pintor es una forma emocionante de poder estar, en aquel mismo momento, en otra dimensión temporal, de transportarte en el tiempo, en el pasado, o que el pasado del pintor se vuelva presente en nuestros ojos.Me fascinaba encontrar en los cuadros la vida continúa de los pintores; el arte era, para mí la vida eterna.“
Utilizando el lenguaje de la belleza, trabajando no con partículas de energía sino con sus colores, los artistas han sabido luchar con la menos comprendida arma (desde el punto de vista científico): la intuición. La obsesión por el tiempo, su inexorable correr hacia el fin y la muerte son temas célebres en el mundo del arte. ¿Quién no se acuerda del famoso reloj derretido de salvador Dalí? En Israel, otro surrealista, Baruch Elron, imagina en sus lienzos los más extraños modos de detener el tiempo. En física y biología, las armas son otras, pero el objetivo es el mismo: parar el tiempo, curar la muerte, alcanzar la inmortalidad…
La ciencia y el arte, las dos caras cabalísticas de la Torah (el valor numérico de las palabras “arte”, omanut en hebreo (497) y “ciencia” mada (114), es igual al valor numérico de la palabra Torah), unidas en la misma búsqueda humana de la vida eterna.
Relacionada con este tema del tiempo es la serie de pinturas de Miriam Cojocaru “Memorias de la niñez”. Son obras nostálgicas, que evocan el pasado y, nombrándolo, lo traen al presente. Los artistas son, por ahora, los únicos bendecidos con esta libertad extrema de mezclar a su antojo las dimensiones, de convertir el pasado en presente o futuro, obedeciendo solamente a las leyes de su propia imaginación. En los lienzos de la artista israelí, vuelven a la vida elementos clave del mundo de su infancia en Rumania: el sifón, relacionado con la figura de su padre, la máquina de costura de la madre, los estantes meticulosamente ordenados con frascos de confitura y mermelada que comenzaban a amontonarse al principio del otoño. Fragmentos de recuerdos, pedazos de instantáneas de un mundo perdido que sólo existe en el pasado. Pero ¿dónde está este pasado? ¿Cómo podemos alcanzarlo? ¿Cómo podemos evadir de las leyes sin piedad de la física?
Un elemento común de estos cuadros es un lienzo con muchas rayas, una tela hecha a mano que cada uno de nosotros la podemos recordar de la casa de la abuela: el mantel bordado, con hilo fino, de color casi blanco pero que se amarilleaba con el pasar del tiempo. En los cuadros de Miriam Cojocaru, esta tela es la base sobre la que se construye toda la escena. Ella penetra en los personajes, los rodea, surge de ellos. Las figuras humanas y los objetos sin vida son atrapados, capturados por esta tela de araña, se convierten en sus cautivos tal como nosotros, los seres humanos somos cautivos de otra tela, más impiedosa, la del espacio-tiempo. Cualquier sacudida es en vano, no se puede escapar de las rayas y revueltos de esa tela que en otros tiempos adornaba sólo la mesa pero ahora penetra todos los recuerdos. No hay ningún camino de vuelta. Los colores son marrones terrenales, sombríos, poseen el drama de los recuerdos que piden que los revivamos, por lo menos durante las noches, en el sueño. La tela amarillenta captura objetos y hombres, los sofoca, los traga dentro de sí tal como a nosotros nos traga la tela del tiempo. Alrededor de la Familia, en la noche de Shabat, entre sus miembros, sobre sus sueños, en sus deseos y recuerdos, la tela del tiempo se vuelve lazo y sus bellas rayas ondeantes se convierten en cuerdas. ¿Se puede recuperar lo que ya se ha ido? ¿Se puede revivir el pasado? La física nos dice que eso es imposible y que la única esperanza es el futuro. Pero el futuro es desconocido y no tiene la dulzura amarga del pasado.
El artista, soberano absoluto sobre el tiempo y el espacio nos ofrece la solución. Miriam Cojocaru nos da la llave. No hay que olvidar que la artista es doctora en química, uno de los pocos casos que combinan ciencia y arte en la misma y fascinante persona. Miriam Cojocaru es, en primer lugar, MUJER, y, como mujer es la guardiana de una tradición femenina de miles de años. ¿Intuición o tradición? Ésta es la cuestión. Miriam Cojocaru, tal como su madre, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela es capaz de alcanzar la velocidad de la luz, durante 25 horas, al caer el sol, en cada noche de viernes. 25 horas fuera del tiempo, 25 horas dadas como ejercicio para que los seres humanos se vayan acostumbrando al momento absoluto, cuando el Tiempo se dentenga.
Shabat en arte o el arte del Shabat
El primer cuadro nos muestra una mujer vieja y los objetos propios del ritual de Kabalat Shabat (recibir el Shabat), las dos velas, una Chalah, una mesa cubierta por un mantel blanco. Es un recuerdo de la madre, de su niñez, del tiempo pasado. Las velas iluminan sin fuerza, su luz no puede recorrer el tiempo. Pero, como en la noche de Shabat no hay tiempo, ya que se trata de 25 horas fuera de la sofocante tela espacio-temporal, cualquier milagro es posible. Las luces de este cuadro que muestra el pasado encuentran su encendido en el segundo, que reflecta el presente y tal vez el futuro. Una mujer joven, en un vestido blanco, sensual, recita la bendición ritual en frente de dos velas encendidas cuya llama brilla con fortaleza. Es la conexión con el cuadro anterior: la luz comienza a brillar pálidamente desde el pasado y llega a la máxima fuerza en el presente. Es el tiempo “atemporal”, el pasado coexiste con el presente y el futuro porque la única velocidad de la luz que se nos permite es la de las velas de Shabat.
Durante casi 25 horas, vivimos suspendidos sobre la tela del espacio-tiempo; el pasado, el presente y el futuro son uno solo, porque en la noche de Shabat, el Tiempo ya no existe.
Alcanzamos, cada viernes por la noche, la velocidad de la luz.
Miriam Cojocaru, la artista y la científica nos ha mostrado, caminando hacia atrás, un sendero hacia el futuro. Ésta es la vocación del arte y, sobre todo, de las mujeres, de sugerir lo Imposible y de crear la Vida.