Prólogo del libro de aforismos “El Traje de Adán—Escondido detrás de las palabras ” de DOREL SCHOR
A todos nos han contado un chiste y hemos reído. Todos hemos escuchado algún sarcasmo y se nos ha escapado una carcajada. Todos oímos alguna vez una ironía por la que cambiamos la mueca seria por la sonrisa. Y aun así, no estaríamos en disposición de comprender qué sea el «humorismo».
Consideramos a todo lo anterior nacido del humor y creemos que cuanto nos haga reír habrá de tener su origen en aquél. Asaltar por sorpresa a alguien, emergiendo de la oscuridad o de un ángulo muerto, también provoca risa –excepto, quizás, en el asaltado-, y, en general, jugarle una mala pasada a cualquiera, engañarlo para que caiga en una trampa que consideramos graciosa como quitarle la silla o atarle los cordones, nos divierte del mismo modo. A lo último lo llamamos «broma», y es bien diferente del chiste, del sarcasmo y de la ironía, aunque produce el mismo resultado de la risotada. Obviamente, pensamos que tiene su origen igualmente en el humor. Adjudicamos a cosas tan diferentes una misma madre, sólo por su consecuencia.
Cuando en situaciones parecidas a las anteriores, alguien no ríe, decimos que «no tiene sentido del humor». Si alguien no quiere entrar al trapo, dirá que «no está de humor». E incluso, en un grado mayor, si está enfadado, decimos que está «de mal humor» o «con un humor de perros».
Es, pues, claro que el «humor» se describe como un estado de ánimo pasajero, interno y externo, como reacción a una percepción de la realidad. En tanto que sentido, es una percepción del exterior, cual son el sentido de la vista, del oído, del tacto, del gusto y del olfato; una percepción condicionada por una buena o mala predisposición, que genera un estado interno cuya manifestación física acontece en nuestros labios, a veces, acompañada de un sonido. Convendremos, sin embargo, en que esta descripción cuasi científica del «humor» apenas tiene gracia. Es más, se la quita toda. Tampoco parece tener que ver con el «humorismo».
Escribía Pirandello, auténtico clásico en estos menesteres del humorismo, que «el humorismo consiste en el sentimiento de lo contrario, producido por la especial actividad de la reflexión»[1]. Es decir, no consiste en algo tan automático como la torpeza de quien se da de bruces contra el suelo, ni en el sutil juego lógico de la ironía, ni en la acritud del sarcasmo, ni en la simpleza del chiste. En el humorismo tiene un papel fundamental la reflexión. Tal y como yo mismo lo definiera hace años: «no se trata de reírse a carcajadas como si de chistes vanos se tratará, sino de reír agudamente tras haber sentido y visto el hondo sentimiento trágico de todo lo que somos y hemos inventado. Reír, no como consuelo resignado, sino como rapapolvo entre nosotros, restregando la verdad en nuestras indolentes caras, reconociéndola en ese profundo dolor que, paradójicamente, nace del humor»[2]. El reír del humorismo proviene del «sentimiento de lo contrario» de Pirandello, que para mí es un «sentimiento trágico». Pero no creamos que se trata a secas del «reír por no llorar». De hecho, en el humorismo ocurre, más bien, que la lágrima se vuelve risa no por enmascaramiento, sino por una metamorfosis reflexiva, una «lesión del cerebro que impone esa especial visión de las cosas» por la que «miráis sus ojos y están húmedos, pero mientras, sonríen sus labios»[3]. Añadamos la definición que, al comentar sobre Antonio Machado, da Dámaso Alonso: «rictus de amargura: el chiste»[4].
Ahora bien, ¿es que el humorismo es un intrincado complejo que precisa de ser desentrañado intelectualmente para ser tanto realizado como comprendido? Es evidente que no. La experiencia nos enseña que, prácticamente, surge de sopetón y reímos de inmediato. El estado de ánimo con que nos sacude dura más que el fugaz destello de la humorada misma. Es un dardo lanzado, pequeño, breve, en busca de una diana. Tiene tanto de precisión como de velocidad. Y tan admirable es la habilidad de quien lo crea como la habilidad de quien lo percibe. Su tiempo es exacto y exige una escrupulosa coordinación. Un segundo de más en lanzarlo o en recibirlo y perderá todo su efecto. Ocurre sólo en un momento dado, y pasado éste, pasados con él la oportunidad y su sentido, como supo ver Kant: «Es necesario notar que en esta especie de casos la bufonería debe contener siempre alguna cosa que pueda producir por un momento la ilusión; es por lo que cuando la ilusión se disipa, el espíritu se queda atrás para experimentarla de nuevo»[5]. Además, como para Baroja, el humorismo acierta o yerra, y es fruto del conjunto de improvisación, intuición, invención e instinto, que tiene en su seno los anhelos de lo nuevo y lo porvenir[6]. Por esto que W. Fernández Flórez lo definiera llanamente como «una posición ante la vida» resumiendo la definición de Ruggero Bonghi: «agria disposición para descubrir y expresar lo ridículo de lo serio y lo serio de lo ridículo humano»[7].
Caigamos en la cuenta de la especificidad humana del humor. Señala Bergson justo al comienzo de La risa que «fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico (…) si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre»[8]. ¿Por qué es el hombre el único animal que ríe? Hazlitt afirmaba que esto se debía a que «es el único que descubre la diferencia entre lo que las cosas son y lo que debieran ser»[9]. Es más, Hazlitt no dice que solamente el hombre ría, sino que es también el único que llora. La definición de Hazlitt se ajusta a nuestro planteamiento: el hombre ríe y llora porque sólo él sabe del ser y del deber ser, de la alegría y del dolor. Sólo el hombre sabe, llevado al límite, que debe morir, y mira a la realidad con la socarrona sonrisa del humorista que ha captado el humano ridículo depositado en sí mismo y en las cosas. El hombre ríe, sí… y también hace reír.
En nuestro caso son dos los hombres que nos hacen reír en El traje de Adán. Por un lado, el escritor humorista israelí Dorel Schor, y por otro, el conocido caricaturista Constantin Ciosu. Ambos son la demostración de la inmediatez del humorismo, ya por la palabra, ya por la imagen. Combinados, son la demostración de que el humorismo, además de humano en tanto que estado de ánimo, es humano por su forma de producción artística. El hombre, al fin y al cabo, además de ser el único animal que ríe y llora, es el único animal que escribe y dibuja.
Hemos dicho que el humorismo es expresable por la palabra, a través del dardo de que hablábamos líneas arriba, es decir, la brevedad del aforismo. Es el humorismo literario, y no podría haber mejor género que el aforístico, dado que éste último siempre se toma en relación a una profundidad e intuición del pensamiento, a una sentencia sabia. ¿Qué duda cabe que Nietzsche o Cioran nadaban entre las aguas de la filosofía y del humorismo? No deja de ser curioso que quien introdujera el término «aforismo» fuera un médico, el viejo Hipócrates, allá por el s. III y s. II a.C. Bien nos viene el médico, pues leíamos antes en W. Fernández Flórez que el humorismo era el resultado de una lesión cerebral. Y, efectivamente, el aforismo, más que adoctrinar o afirmar lapidariamente, es el diagnóstico de una enfermedad incurable: el contrasentido del hombre y su realidad.
El aforismo bien hecho es aquél ante el cual asentimos o sonreímos porque encierra una profunda verdad humana. Lo captamos ipso facto porque nos involucra e identificamos en él algo que raya en lo absurdo de la vida. De igual modo reímos al vernos sorprendidos por la sencillez y concisión con los que tal honda verdad se expresa. Así es como leemos los donaires de Schor en este libro, como por ejemplo la receta ética «para una moral saludable, toma unas dosis de escepticismo». Y lo leemos con la misma intensidad que las varias páginas de una novela o el argumento de un ensayo. Quizás por ello se ha escrito que «un aforismo es una novela de una sola línea»[10].
Dorel Schor brilla en un género cual es éste, bien conocido en España por haber sido cultivado incansablemente. No sólo el inmenso refranero, la larga lista de proverbios y dichos que sacamos a pasear para contestar al mundo, muy sanchopancescos, sino la destreza de nuestros literatos en el arte de arrojar sobre la realidad metáfora, filosofía y humor juntos y en tres palabras. Es la definición de la greguería de nuestro Gómez de la Serna (metáfora y humor), para quien «la actitud más cierta ante la efimeridad de la vida es el humor. Es el deber racional más indispensable y en su alcachofa de trivialidades, mezclada de gravedades, se descansa con plenitud. (…) El humorismo es una anticipación, es echarlo todo en el mortero del mundo, es devolvérselo todo al cosmos un poco disociado, macerado por la paradoja, confuso, patas arriba»[11]. No olvidemos al pontevedrés Julio Camba, agudo comentador de crónicas parlamentarias, de quien me gusta recordar un pasaje de inversión de la mesotes aristotélica, por venir bien a la definición del aforismo: «Hay muchas maneras de entender las cosas, y sólo hay una de no entenderlas»[12]. Es evidente que grandes figuras del humorismo y la frase corta fueron nuestras glorias del Siglo de Oro. Precisamente, allí habitó Baltasar Gracián quien, con acertada fortuna para el acervo español, dio carta de naturaleza al género aforístico del humor al escribir «lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo»[13], siendo la máxima misma ejemplo de su contenido. Y no muy lejos le andan Cervantes y Quevedo, éste último con el lema conceptista compartido con Gracián de «decir mucho con poco». Tampoco es menos el Siglo de Plata –que en realidad sólo es un tercio-, con los noventayochistas a la cabeza –si obviamos el mencionado vanguardismo ramonista y demás-, en poetas como Antonio Machado cuya vejez la describía en el pareado «se pintan panza y joroba / en la pared de mi alcoba»[14], al que podría responder la siguiente de Dorel Schor: «Todos envejecemos… Dios tampoco se siente muy bien». Hay de esto por tierra española un sinnúmero de ejemplos, y más fuera de la literatura, para no dejar de mencionar a los fallecidos Miguel Gila, Luis Sánchez Polack, alias Tip, y José Luis Coll.
No sólo por la palabra. Hemos dicho que también por la imagen se despliega El traje de Adán. El humorismo gráfico de Constantin Ciosu tiene tanto de relámpago como el aforismo de Schor. Son sus cincuenta caricaturas, arriesgando la expresión, el dibujo aforístico, pues comparte con aquél los mismos rasgos de las cinco íes -improvisación, intuición, invención e instinto-. Ya en una entrevista en la que le preguntaban de dónde le venían sugeridos los temas para las caricaturas, él respondía «realmente no tengo ni idea. Si lo supiera, los buscaría allí». Surjan de donde surjan, las imágenes sin palabras, atravesarán al lector-espectador del mismo modo que el aforismo, ya sea desde la posición metapictórica, con referencias a los contrastes entre el cubismo y la Mona Lisa, o la familia que en el museo se detiene ante El grito de Munch, así como una galería de retratados en la historia del arte –y autorretratados, pues ahí está Velázquez en su pose de Menina- ante una televisión; ya sea, como en otros casos, acercándonos más al humorismo social, a la cotidianeidad de los individuos y a la actualidad de las costumbres y los tópicos.
La historia de este género es igualmente larga y en ella destacan nombres como el de Hogarth y, más claramente, Daumier. En España tampoco nos quedamos cortos en nuestra historia reciente, con los conocidos Antonio Mingote, Antonio Fraguas de Pablo –Forges-, Paco Ibáñez o el malogrado José Escobar. Los dos últimos, historietistas de una realidad social entre, por citar ejemplos, la difícil comunidad de vecinos de 13 Rue del Percebe y la fe del mendigo Carpanta. Forges, quien nos contara nuestra historia forgesporánea. Y Mingote, instalado en la Real Academia, santo y seña de la viñeta española contemporánea. Por cierto, estos otros dos últimos coincidentes en la famosa revista La Codorniz. Es a Mingote al que más aproximaría yo la obra de Ciosu en este libro, con el trazo curvo y las redondeces de las figuras, aunque Ciosu mantenga más la proporcionalidad de las formas frente al español.
Por otro lado, es destacable en el dibujo de Ciosu la ausencia verbal, en el sentido de que «el dibujo sin palabras tiene una mayor creatividad e invención de estilo que el dibujo que alterna con lo verbal: su comicidad está más realizada porque es enteramente visual, porque deslumbra al destinatario y lo sorprende»[15]. Una creatividad que se basa, al mismo tiempo, en la sencillez y austeridad de los elementos para favorecer su contraste y la inmediatez del impacto visual en el receptor. De hecho, la palabra ausente en Ciosu, la escribe Schor. Y esa palabra en El traje de Adán no es un complemento ni un intermediario, sino que mantiene un protagonismo equilibrado con la viñeta, el mismo equilibrio que existe entre los dos autores, Schor y Ciosu. Su unión es perfecta, diferenciando los distintos códigos del humor verbal y el gráfico.
Lo dicho nos lleva hacia el título y el subtítulo de la obra: El traje de Adán. Escondido detrás de las palabras. ¿Cómo entender el subtítulo? ¿Qué se oculta? Me recordaba, teniendo en cuenta que hablamos de humorismo judío, el interesante análisis que de éste realizó Theodor Reik, quien afirmaba «los chistes judíos sirven (…) para ocultarse uno mismo detrás de ellos. El humorismo judío oculta tanto como lo que revela»[16]. Una revelación y un ocultamiento que acontecen en la palabra y en la viñeta. Así, observamos cómo gráficamente Ciosu representa en la portada a un hombre adulto que descubre con su bastón y bajo su sombra la figura de un niño, acaso el niño interior del anciano. Escena bastante habitual en los paseos de los ancianos el ir con el bastón echando a un lado las hojas de árboles o cualquier desperdicio debajo del cual se esconde y se espera encontrar algún tesoro. Igual sucede detrás de los aforismos verbales, donde late un botín inteligible. «Es el humorismo en la sabiduría y la sabiduría en el humorismo, lo que los judíos han rescatado, generación tras generación, de la experiencia de sus propias vidas y de las ajenas»[17], continúa Reik. Es la esencia del humorismo, sea este verbal o gráfico, introducir subrepticiamente ese sentido inteligente y sabio, el cual descubrimos velado tras nuestra sombra, esto es, una vez que ya está en nuestro interior.
Ahora bien, ¿Cuál es la especificidad de este humorismo? Señala Reik que «Dios le ha prohibido al judío de nuestros tiempos expresar sus experiencias trágicas en una forma que conmueva a un mundo hostil o, en el mejor de los casos, indiferente. Pero al conferirle al judío el don del humorismo, su Dios le otorgó el poder de hablar acerca de lo que sufre»[18]. Esto es, el humorismo parece manifestarse como un don divino que recibe el judío para expresar y a la vez ocultar la experiencia trágica. Justamente es el aspecto que recalca el maestro de Reik, Sigmund Freud: «Los chistes que sobre los judíos han sido hechos por personas no pertenecientes a su pueblo son generalmente brutales chanzas en las que todo chiste es ahorrado por el hecho de constituir siempre el judío para los extraños una figura cómica. También los chistes de los judíos sobre sí mismos conceden este hecho, pero su mejor conocimiento de sus verdaderos defectos y de la conexión de éstos con sus buenas cualidades, así como la participación de la propia persona en lo criticable, crean la condición subjetiva de la elaboración del chiste, muy difícil de establecer en otro caso»[19]. El humorismo judío se comporta como la fuente de expresión del conocimiento de la misma identidad y cultura judías pues «con frecuencia se dicen en broma las cosas más ciertas y sensatas»[20]. No quiere decirse que sea exclusividad judía esta conjunción entre humor y seriedad, sino que «detrás de la fachada cómica aparece no sólo algo serio, que también está presente en el humor de otros pueblos, sino el horror desnudo»[21]. Éste horror desnudado, que yo he venido a llamar varias veces «tragedia», es la especificidad del humorismo judío.
De esta forma, yendo del subtítulo al título de la obra, encontramos el cariz de chanza seria, cierta y sensata. ¿Qué es «el traje de Adán»? Antes de la desobediencia a Dios, ninguno, su pura y nuda carne, su desnudo; después, la pequeña hoja de higuera con la que, ridículamente, quieren el primer hombre y la primera mujer ocultar sus desnudas vergüenzas. Incluso, ridículamente, se esconden de un Dios omnipresente dentro de su propio Paraíso. La escena es risible, en verdad, pero las implicaciones serán horrorosas para la especie humana. Véase entonces cómo la hipérbole que transforma la «hoja» en «traje» supone, acto seguido de comprenderla, la retórica de la antítesis vestido-desnudo. Detrás de las singulares hojas de higuera moderna que son las palabras y los dibujos dentro del pseudo-paraíso terrenal en el que vivimos, se esconden esas vergüenzas, esa desnudez del hombre. En las hojas de higuera existe la doble lectura del intento de ocultación y su manifiesto fracaso; en los aforismos y dibujos de Schor y Ciosu se revelan la pretensión del ser humano de enmascararse y su infructuoso resultado. Para su efectividad «el chiste tiene que hacer surgir algo oculto o escondido»[22].
El humorismo que se desprende en las páginas que el lector está a punto de leer y contemplar no se fundamenta en un acto meramente lúdico, en la diversión y placer del juego semántico incongruente y ambiguo, sino que su importancia, como asegurara Azorín radica «en la historia del desenvolvimiento humano; haciendo la historia de la ironía y del humor, tendríamos hecha la sensibilidad humana y consiguientemente la del progreso, la de la civilización. La marcha de un pueblo está en la marcha de sus humoristas»[23]. Afirmación ésta del literato que, siendo cierta para todo pueblo, más lo es, como hemos visto, para el pueblo judío.
Es un honor para mí el prologar y haber enmarcado el discurso de esta simbiosis entre el aforismo humorístico de Dorel Schor y el humor gráfico de Constatin Ciosu. Y si lo he hecho de forma tan poco graciosa, sepa el lector que no ha sido por falta de humor, sino, como en las bodas, por no deslucir a la novia al llevarla hasta el altar. Aunque ante estos dos grandes genios, más que deslucirlos a ellos, se hubiera visto que no soy yo percha para este traje de Adán.
H.M.S
Madrid, noviembre de 2011
[1] Pirandello, Luigi, Esencia, caracteres y materia del humorismo, en Ensayos, Madrid: Guadarrama, 1968. También en CIC (Cuadernos de información y comunicación), 2002, 7, 95-130.
[2] Martínez Sanz, Héctor, Comentarios a Unamuno y a aquéllos que quisieron ser como dioses, Madrid: Editorial Antígona, 2006.
[3] Fernández Flórez, Wenceslao, El humor en la literatura. Revista de América, V. 10 nº 28-30, abril 1947, pp. 28-32.
[4] Alonso, Dámaso, Cuatro poetas españoles. Madrid: Gredos, 1962.
[5] Kant, Inmanuel, Crítica del juicio: seguida de las observaciones sobre el asentimiento de los bello y lo sublime, § LIII. Trad. Alejo García Moreno y Juan Rovira. Introducción J. Barni. Madrid: Ed. Carlos Bailly-Bailliere, 1876.
[6] Baroja, Pío, La caverna del humorismo. Madrid: Caro Raggio, 1986, pp. 63-75. También en CIC, 2002, 7, 131-138.
[7] Citado por Pirandello, Luigi, Op. Cit. CIC, p. 98.
[8] Bergson, Henri, La risa. Buenos Aires: Losada, 1939 [6ª Edición, 2003]
[9] Hazlitt, William, Lectures on the English Comic Writers. London: Taylor and Hessey, 1819.
[10] Sukhorukov, Leonid S., All About Everything. UK: Pen Press Pub., 2005.
[11] Gómez de la Serna, Ramón, Gravedad e importancia del humorismo. En Buckley, R; Crispin, J. (Selección y comentarios): Los vanguardistas españoles (1925-1935). Madrid: Alianza, 1973. pp. 167-176. Originalmente publicado en Revista de Occidente, Madrid: Febrero de 1928. pp. 348-360.
[12] Camba, Julio, La ciudad automática. Madrid: Espasa Calpe, 1932.
[13] Gracián, Baltasar, Oráculo manual y arte de prudencia. [Ed., int. y notas Emilio Blanco] Madrid: Cátedra, 1995
[14] Machado, Antonio, La luna, la sombra y el bufón, II. En Nuevas canciones, CLVII, Obras Completas, Tomo I, Edición Crítica de Oreste Macrì y Gaetano Chiappini, Barcelona: RBA, 2005.
[15] Chamorro Díaz, Martha C., El humor gráfico desde una perspectiva retórica. Icono 14 Revista de Comunicación Audiovisual y Nuevas Tecnologías, nº 5.
[16] Reik, Theodor, El humorismo judío. Buenos Aires: Candelabro, 1976. Justamente, subraya Reik que «hablando con propiedad, los chistes judíos impresos están incompletos. En realidad hay que oírlos y verlos. Su transmisión no es sólo verbal. Los gestos y la expresión del rostro, así como la modulación de la voz del relator, son partes esenciales de la narración. Estas anécdotas no son sólo contadas, sino también representadas, y cuando se habla de su lenguaje, hay que pensar también en esos factores externos», lo cual justifica la fusión de palabra e imagen en El traje de Adán.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] Freud, Sigmund, El chiste y su relación con lo inconsciente. Madrid: Alianza, 2000.
[20] Reik, Theodor, Op. Cit.
[21] Ibíd.
[22] Fischer, Kuno, Über den Witz: ein philosophischer Essay. Klöpfer & Meyer, 1996. Citado por Sigmund Freud, Op. Cit.
[23] Martínez Ruíz «Azorín», José, Clásicos y modernos. Madrid: Renacimiento, 1913.