Por Fabianni Belemuski
La sombra de Hegel es tan larga que abarca no solamente a la mayoría de los filósofos que le siguen sino que se impregna también en el arte, las ciencias y la religión. Una de sus aportaciones a las artes es la “definición” que hace del espíritu, identificándole con el ámbito de la creatividad personal y subjetiva, experiencia permanente y universal de los seres humanos, sea cual fuere su desarrollo o su grado de evolución. Así entendido, comprende todo cuanto podemos imaginar o elucubrar interiormente y a lo que, en formas diversas, le damos cuerpo. El mundo de la espiritualidad es el mundo de la imaginación creadora, el de la fantasía que, apartándose de lo real, tiene como objeto un espacio sin márgenes, donde habitan seres que comunican a otro nivel.
Este ámbito del espíritu encuentra en la representación estética una de las mayores formas de capacidad expresiva: en la pintura, fotografía, etc. En coherencia con sus propias ideas, Hegel entiende que las cosas naturales son solo imitaciones limitadas de la idea universal, absoluta e infinita de cada una de ellas. La pantalla que tiene delante no es más que la concreción finita de la idea absoluta de “Pantalla” y cada uno de los seres humanos no es más que un ser limitado, reflejo natural de la idea de “Humanidad”.
El arte, mediante la intuición, tiende a liberar ese absoluto que habita en cada uno de nosotros, observando y utilizando la idea abstracta de las cosas. El artista necesita las cosas para poder crear, pero las utiliza en la medida en la que puede ver la idea absoluta de cada una de ellas. Si consigue entrever aquello que da forma a las cosas, en realidad consigue crear, consigue hacer arte. Por eso el verdadero arte tiene siempre naturaleza simbólica, en cuanto remite a la vida interior de las cosas. Hegel aprecia, sin duda, la belleza que el realismo clásico ha sido capaz de representar, pero la verdadera plenitud de la belleza:
«Se encuentra en el arte de la sublimidad o arte simbólico en el cual no ha sido hallada todavía la figura adecuada a la idea; antes bien, el pensamiento está expuesto como emergente y luchando con la figura, como una especie de comportamiento negativo respecto de ella, aunque al mismo tiempo está esforzándose en darle forma. El significado, o sea, el contenido, muestra así ciertamente no haber alcanzado todavía la forma infinita, no ser aún sabido como espíritu libre ni ser consciente de sí. El contenido es solamente como el Dios abstracto del puro pensar o un tender hacia él que sin descanso y sin reconciliación se revuelve por todas las figuras en tanto no puede alcanzar su meta».
Las palabras de Hegel parecen claras: el artista busca reconciliar la forma con la vida que les da la forma a las cosas.
Cada obra de arte es un peldaño más hacia la liberación, que no se alcanzará, puesto que la idea absoluta no es susceptible de representación. Es verdad que cada creación artística supone un “contacto con la sublime divinidad cuya expresión ha sido lograda por la obra de arte”, pero solamente de modo provisional, no definitivo, porque el artista es incesante en su creación. Así las cosas, no existe una obra de arte definitiva, no existe, análogamente, el artista que solamente pintó un cuadro. Cada obra de arte es una lucha por revelar la vida interior de las cosas, es un intento por representarla y plasmarla con el pincel, en el caso de la pintura, es el acto intuitivo de desenmascarar al Dios abstracto que se encuentra detrás de la finitud de las formas de las cosas. Por eso se dice que cada artista busca un lenguaje universal, valido para todos los seres humanos, que no requiere del lenguaje hablado para comunicarse, ya que se establecería, una vez conseguido, un contacto espiritual entre las almas. Gaugain no lo consiguió, tampoco Van Gogh que al verse desesperado, se suicidó. Tampoco lo encontró Cezanne. Pongo como ejemplo a estos tres pilares de la pintura moderna, los tres posteriores a Hegel, para señalar el genio de Hegel al prever el futuro desarrollo de las cosas. Porque es a partir de ellos cuando empieza la verdadera renuncia a las formas y con Gaugain, en particular, se observa el exasperante y fallido intento de conseguir la pureza al retratar la vida primitiva. Ahí no estaba el Dios abstracto y universal que buscaba, esa no era la fuente del lenguaje universal que tanto anhelaba.
Hegel se muestra crítico o, por lo menos, descontento con los realismos clásicos, que, precisamente por la fijación de la belleza sensible, pueden apartar de la búsqueda de la esencia misma de las cosas y su sentido pleno, más allá de su presentación figurativa.
Por eso a partir de principios del siglo XX se empieza a renunciar a la forma, “La destrucción de las formas” irrumpe con fuerza. Se da una irrupción de lo primitivo en un mundo posterior. Al tiempo que el artista escalaba los peldaños del entendimiento de la esencia de las cosas – ese arte de principios de la primera Vanguardia que iba a salvar el mundo – María Zambrano apuntaba a una falta, a “una desposesión inicial en el hombre moderno”. “El hombre genérico, esencial, no aparece”. El intento fracasó. El entusiasmo menguó tras morir en dos guerras mundiales no solamente millones de hombres sino también la fe en el hombre. Más allá de las formas no había, como se pensaba, nada. O no lo encontraban. Y ¿cómo iba a poder aparecer la idea de humanidad en su reflejo? Hegel no lo veía posible. Por eso también negaba que el absoluto se hubiese hecho carne, refiriéndose a Jesucristo. “El verbo” no podía vivir en un cuerpo. Y si lo intentó, el absoluto, vivir en un cuerpo de carne y sangre, “nunca estuvo más allá que cuando estuvo acá, entre nosotros”. Es decir, que no lo logró.
Y ahora, en el posmodernismo, estamos buscando entre las cenizas de la desesperación de los modernistas, ya sabemos, con María Zambrano, que “el hombre no aparece”, por eso rebuscamos en la basura de la historia –como se ve en muchas propuestas del arte actual– sin encontrar aún la vida que anima a los seres naturales. Suponiendo que tiene que ser la misma vida, la de la pantalla, que la del ser humano, pero aun sabiendo que existe, no alcanzamos a ponerla sobre la tela, o sobre el papel. Zambrano sentía temor ante la “noche oscura de lo humano”. Y lo más desesperante es que no podemos ya vivir el arte peldaño a peldaño hacia la liberación, como tiernamente recomendaría Hegel.