por Héctor Martínez Sanz
Ensayos los hay de todo tipo y cualquier temática. Sin embargo, el texto de Gumbrecht llama, y mucho, la atención en la época actual. Pese a los referentes griegos y romanos, en lo atlético parece haber decaído su fuerza como cuestión intelectual y llegado a ser considerado mero espectáculo vulgar, simple mercado de negocio publicitario, modo de acceder a la despersonalizada fama… olvidando aquel corpore sano entre el snobismo adelgazante de gimnasios, dietas y máquinas maravillosas.
Todos los discurso contemporáneos (…) están impregnados de una tendencia a disminuir y, a veces, (…) a denunciar los logros de los atletas famosos. (…) La popularidad sin precedentes de los deportes en las sociedades contemporáneas es raramente evocada sin ser leída inmediatamente como un símbolo de decadencia (…) no dejan de identificar los deportes como algo que llena una función meramente subordinada
El carácter despreciativo que a las espaldas de los deportes se ha arrojado, empero, no evita que sea una faceta, en tantas ocasiones, fundamental para las sociedades. No lo ponemos a la misma altura que el museo, el teatro, el concierto o la ópera, o que un recital de poesía, aunque despierta emociones muy cercanas tanto en el practicante como en el espectador. Curiosamente, pensamos en deporte y nos viene a la cabeza, sobretodo, el fútbol europeo, o el americano con su béisbol y hockey o el baloncesto. ¿Dónde quedan patinaje, atletismo, gimnasia, natación…? O aquella descripción peyorativa de “veintidós tíos en calzoncillos persiguiendo y dando patadas a un balón”. Nadie, sin embargo, imagina tales palabras en Olimpia o en el Coliseo:
Creo que este atractivo reside en la promesa de estar en presencia, en la presencia física de una grandeza que inspira respetuosa reverencia. (…) la grandeza atlética en Olimpia implicaba que uno estaba cerca de los dioses (…) Estar en Olimpia significaba competir y observar en directa proximidad a Zeus.
Frente a los Séneca de hoy, para quienes estos eventos no son sino, en su momento baños de sangre, y hoy, baños de sudor, propios de una crisis ética, Gumbrecht se levanta como un Cicerón que comprendía “los momentos de la verdad” en que un luchador enfrentaba la muerte, o el poner en juego un entrenamiento físico y una destreza sin igual. Algo hay en el deporte que, evidentemente, fascina, más allá de la puesta en escena. Por ejemplo, y para no ir al cotidiano balompié, el patinaje artístico o la gimnasia rítmica, conjuntados en un programa de movimientos, tensiones y fuerzas y articulados con gran belleza al compás de una determinada música y ritmo. El gimnasta de las anillas, las paralelas o sobre el potro, jugando confiadamente por sus destrezas con la gravedad que a los humanos nos atrae hacia el suelo. Y hay en ello, no cabe duda, una belleza, quizás por la armonía del movimiento y sus pausas, o el conjunto conformado junto a una melodía.
¿Se trata, pues, de un placer y puro hedonismo, la contemplación del deporte? Gumbrecht recurre a Kant y sus devaneos acerca de lo “bello” como la satisfacción contemplativa y desinteresada. Depende lo bello tan sólo del juicio de la contemplación, sin atender la importancia en sí o para nosotros del objeto contemplado. No deja de ser curiosa la naturalidad con que Gumbrecht pone, hombro con hombro, el fetiche filosófico de Kant y un tricampeón olímpico de natación a lo largo de las siguientes páginas sobre esta cuestión hasta poder
concluir que la experiencia atlética -y la experiencia estética en general-, no es fundamentalmente distinta de nuestra experiencia en otras situaciones.
Perdido aquel sentido clásico y divino, olvidándonos de la sombra comercial y publicitaria o el provecho alienante con que el deporte puede ser usado cara a la sociedad, el dogma de lo sano, de la formación del carácter, la disciplina y particularidades por el estilo, acaso tan sólo nos queda un placer, una cuestión estética sin valores materiales de ningún tipo. ¿A qué un atleta se somete a los rigores de la disciplina? ¿A qué el espectador sigue embobado los resultados en la competición? Trascendiendo todo hedonismo contemplativo, Gumbrecht arriesga una respuesta:
(…) mirar deportes puede ser una forma de esperar que algo ocurra, aunque sin ninguna garantía, porque eso está más allá de los límites precalculados del desempeño humano. Ver qué ocurre, ocasionalmente, aquello que no tenemos derecho a esperar, bien podría ser eso a lo que estamos abiertos cuando, perdidos en la intensidad de concentración, estamos mirando deportes. (…) Se trata de una celebración paradójica porque, (…) la celebración de la superación de un límite no implica que tal límite no seguirá existiendo
Una experiencia estética y contemplativa, una búsqueda de placer o la sana curiosidad de saber si se podrá rebasar el límite de un récord humano, son posibles respuestas. Gumbrecht no nos da una sólo, sino varias posibilidades por la que considerar al deporte como algo bello y digno de elogio, ya tan lejos de la cultura grecolatina, pero también alejándose del hombre “culto” contemporáneo.
Se aproxima el autor como espectador de deportes, y aunque quiere eliminarlo, con mucho tinte académico que, antes que central, es simple accesorio argumentativo, lo cual es un buen logro ensayístico. Como lo es también el dar con un equilibrio entre figuras deportivas de toda índole y nombres de altura filosófica y literaria, forma de refutación del prejuicio anti-deportivo que domina a las capas más sesudas de los últimos tiempos. Otro éxito es haber acudido, como no podía ser de otro modo si se pretende seriedad, a todos las categorías deportivas.
Animo a una lectura, al menos, por curiosidad, que es la que me llevó a mí a estas páginas. Y aunque sigo sin entender a un enorme grupo haciendo aspavientos a la caja tonta, sí, por lo menos, me abrió el campo de juicio y reflexión sobre un ámbito tan tópico de cualquier sociedad y civilización.