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en Revista Madrid en Marco


por Héctor Martínez Sanz

Los antiguos asalta-caminos, los salteadores al modo del bonachón Fendetestas, gritaban aquello de “la bolsa o la vida” –que el curioso bandido acompañaba de un “Alto, me caso en Soria”-. Y algo de esta tradición inspira La bolsa o la lira, sólo que el asaltador ni es bonachón ni se llama Fendetestas, aunque tanta razón tuviera al razonar en un asalto a un conocido: «Mire, señor Freiré, en el negocio no puede haber amigos. ¿Se acuerda de cuando me tenía de jornalero en su casa? Trabajaba formalmente, ¿no? Pues sigo siendo el mismo. Ahora trabajo de ladrón, y más serio que la mar. Fuera de aquí, si a mano viene, podré hacerle un favor; pero aquí…, a lo que estamos. ¡A ver, el dinero!». Demuestra Diego Vadillo que el tema económico –la Bolsa- y la prensa al respecto tienen, ciertamente, mucho de literatura y retórica, pero está lejos de ser una narración a lo Wenceslao Fernández Flórez y su animadísimo bosque. Aquí hay truhanes, hay metáforas, y un animado parqué. Tampoco hay amigos en los negocios, y todos están a lo que están -¡A ver, el dinero!-.
La bolsa o la lira trata de esto… y de aquello, de los juegos del dinero y de los juegos de la lengua: la lira que compone los poemas de los caudales, y los caudales que rigen cómo escribir la noticia-poema. La lira manda, aunque no sabemos si la esterlina o la de Apolo. Porque las noticias ya casi son poemas más que noticias, nutridas como van de sinestesias, metáforas y prosopopeyas que tomamos, sin embargo, por una lengua clara, precisa y objetiva. Saca a la palestra Diego Vadillo un amplio universo de retórica y efectos reproducidos en el papelare de nuestra prensa diaria, desde el tópico hasta la audacia semántica y nos conmina a detenernos en tal y en cual expresión que solemos leer de corrido y sin reparos. Pareciera que dé igual cómo se hable, cómo se diga, cómo se exprese, mientras se exprese… pero según cómo se hable, cómo se diga o cómo se exprese, lo sentimos mucho, no será lo mismo lo que se lea, ni lo que se hable, se diga o se exprese. No es un trabalenguas. Están las palabras asociadas a campos semánticos, y de un nudo a otro no vienen a hacernos sentir del mismo modo las mismas cosas. No son lo mismo los “brotes verdes” que “la luz al final del camino”. Lo primero nos traslada a la primavera y al renacer tras el invierno; lo segundo a una especie de resurrección –vaya usted a saber a qué vida- y al paraíso. Con más razón que un santo, Diego Vadillo discurre: «Lo poético surge en gran medida de la imaginación, desde donde, curiosamente, también brota la estrategia infame en pos de la consecución de fines relacionados con el perjuicio de otros. El lenguaje (…) es un arma de múltiples filos (…) Puede ser arma de la mentira». Pertrechados de una buena lira y un gran recitador –entiéndase, un buen discurso y un gran disertador- ya no hace falta ser tan francos como Fendetestas, y eso de “la bolsa o la vida” va perdiéndose como un hito romántico de los paseos por los bosques. En el mundo ciudad basta una metáfora para conseguir el mismo efecto. “Alta rentabilidad por ingresos superiores a…” basta para que les demos los cuartos que poseamos.
Es el libro, a un mismo tiempo, aproximación a la semántica como plano lingüístico, a la función poética de la lengua, y a la realidad que encerramos entre palabras cuyos significados combinamos. Como señala con acierto tanto ontológico –y tautológico- como metafísico el autor: «El mundo y el ser y las artes en particular son nido de sinestesias», frase que con cierta sorna con la parte y el todo, identifica a la totalidad y, redundantemente a sus partes, con la sinestesia. Cómo hablar –o escribir- y no decir nada, colando relleno como quien mete materia dentro del almohadón para después reposar la cabeza; el uso de la muletilla para expresarse, tal cual usa la muleta el que se ve impedido para andar… pero hasta alcanzar la descripción, a golpe de ejemplo, de un mundo sin rumbo y sin ser humano a la vista, perdido en la poesía económica –tal como empieza el libro- y en la economía de la poesía –cual termina-. «Cabe decir que la metonimia y la prosopopeya emergen sobre los análisis económicos por entre un tufillo deshumanizador [vaya aquí el resto del libro] Creo, no obstante, que la poesía se basa en la alucinación. (…) en ese vagar que es la vida, se observarán destellos que remitirán a aquella alucinación». Así queda descrito este libro como “ese vagar que es la vida” entre destellos de poesía.
¡Qué razón tenía Gustavo! Y Diego Vadillo se la da: podrá no haber poetas… pero siempre habrá poesía. El problema será la advertencia del Mairena, respecto de filósofos, aunque yo aquí lo amplio al mundo que lee tanta poesía entre páginas de economía y sociedad sin darse cuenta -: cuidado con creer en la realidad de los poemas. Una cosa es que el poeta cree fuera del mundo el mundo que debiera existir –el pensamiento es de Huidobro, en el Ateneo de Madrid en 1921-, y en ésta podemos confiar; luego está el poeta-político-banquero-periodista que no crea sino que nos hace creer que el mundo dentro del que estamos es cómo dicen ellos que es. ¡Alto, me caso en Soria! La bolsa o la lira, diría ahora Fendetestas.

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