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Feb 252011
  

Cromáticamente la instantánea queda teñida de un azul metalescente. Posee el paisaje la palidez azulina y letal de una madrugada menesterosa, esa que suele aparecer en el horizonte de quien accede a la vigilia con prontitud o se despide con nocturnidad y alevosía de la madrugada.

Desconociendo la franja horaria en que está tomada se me antoja la atmósfera matinal.

Tal tonalidad, como de acero inoxidable, la he visto en la fotografía de la película de Imanol Uribe, Días contados, aplicada a Madrid. Es el tono propio del momento inmediatamente posterior al inhóspito desperezamiento de la urbe en cubista juego de dominó arquitectónico. Mas, curiosamente, el capricho de una leve curvatura surge ante nuestros ojos como suave disrupción en la geometría urbanística, esa en la que se urden decisiones de diversa índole bajo la égida de los consejos de administración.

La fotografía de Saga podría ser el retrato cubista del rostro encementado de la modernidad ya posmoderna.

La azul gelidez proyectada en vidrios y hormigón parece esperar a un sol redentor que habría de aparecer con la ceremonia de una vedette de revista. Mientras, la vida, encarnada en una pequeña embarcación prosigue su devenir, no en vano, si uno se fija, nunca está el ferry en el mismo lugar; avanza desafiando nuestra capacidad perceptiva, como la vida, ante una inmensidad que no es tal, en esencia.

La humanidad, desaparecida en la instantánea, hurtada a nuestros ojos, creemos que ha de hallarse, en gran número, en las geometrizantes colmenas que se nos ofrecen a la vista como almenas de un azul plateado, las cuales parecen subyugar el curso de los días a una geometría inmobiliaria, todo en sintonía con el azul húmedo del agua marina. En el plano inferior el agua asoma en una inaudita densidad, como un preludio amoquetado de las moquetas que han de habitar los pasillos de los edificios de fondo. Y más de fondo, el abrigo que representa la fronda de verdura monticular, desplegada por la casualidad a modo de cobertor, siendo en la foto lo que el musgo a los belenes, cuando de arropar recovecos se trata.

Saga nos ofrece, al fin, una realidad sublimada, coloreada por el genio oportunista de quien sabe extraer de dicha realidad su faz más plástica. Gracias por ello.

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