Artículo de Javier de la Fuente en Madrid en Marco
La literatura de cuentos es un amplio, pero delicado espacio, donde las propuestas, enormemente diversificadas van desde los temas más anodinos hasta los más complejos, tratando, según las ambiciones del autor, de descubrir en pocas páginas, tramas, entresijos, argumentos, que bien podrían constituir novelas. Se cuenta cualquier cosa y de cualquier manera, desde la descripción analítica de un huevo, hecha por Clarice Lispector, hasta el relato de un instante, sorprendiendo todos los detalles que la mente humana pueda observar en menos de un segundo, tiempo suficiente para acontecimientos extraordinarios e igualmente para minucias. Todo es susceptible de ser contado y
todo puede ser contado si se encuentra la forma adecuada de hacerlo. El cuento es el género que más ha evolucionado en el siglo pasado, gracias al aporte de las dos literaturas más importantes de ese siglo: la norteamericana y la hispanoamericana. Los grandes escritores del castellano fueron grandes cuentistas también: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Gabriel García Márquez, pero sin olvidar a Felisberto Hernández o a Juan Rulfo. La gramática del cuento, su brevedad, su estructura, hacen imposible que sobren las palabras. En el cuento todos los aspectos son esenciales. Desde la primera frase, decisiva, la más importante, la que seducirá al lector, sentándolo en su silla durante el tiempo que dure la lectura y hasta la última, que será el golpe definitivo, el que dibujará asombro en el rostro, reflexión, o confusión. Si la primera y la última frase del relato no consiguen su objetivo, entonces el lector dejará de leer. Escribir cuentos es un arte difícil. A veces el relato persigue al escritor, pero no se verá
puesto en papel hasta que no llegue la frase que le dará comienzo. Los amantes de este género solemos sentir cierto desencanto, en lugar de satisfacción, al ver un nuevo
título, porque lo más probable es que nos encontremos con argumentos manidos o desarrollos previsibles. Las buenas ideas escasean y la mediocridad es la norma. Por eso, al descubrir a un nuevo autor, agudo, intenso, los primeros sorprendidos somos nosotros. Sentimos satisfacción y participamos de su mundo. Redescubrimos pensamientos olvidados, preocupaciones del pasado o simplemente experimentamos el placer de la lectura, como lo he sentido al leer los cuentos de Fabianni Belemuski, refrescantes pero profundos, historias nuevas que debaten viejas ansiedades, la idea de Dios y sobre todo el amor. La perspectiva es la de una existencia desancorada y desprovista de pilares fundamentales sobre los que sustentarse. Las narraciones se construyen sobre terrenos siempre movedizos, siempre cambiantes e interpretables.
Los personajes estrambóticos, algunos totalmente locos, dan la sensación de haber olvidado el porqué de sus acciones y se embarcan en acciones ilógicas, siempre nostálgicas, conociendo de antemano que no les llevarán a buen puerto. Cada cuento desarrolla de un modo admirable un mensaje, lo transmite al lector que tiene que hacer un considerable uso de su imaginación, para descifrar el entramado, queriendo anticiparse al desenlace. Hay empatía, comunicación y participación, hay sonrisas y reflexión. En La canción de los vasos de cristal, se respira un aire cargado del principio hasta el final y en cada momento se espera que ocurra algo terrible, aunque las circunstancias desarrollen eventos contrarios. Con un tono socarrón, Fabianni Belemuski logra expresar, como en el caso de Manual para sentirse culpable, situaciones difíciles y de una gran carga emocional a las que el personaje tiene que hacer frente para poder salir airoso. El autor recupera la tendencia futurista y hay parecidos con Stanislaw Lem o James Ballard, en el tono apocalíptico y pesimista utilizado y en la visión fantástica futurista de Nubes en Marte o el Diario del Capitán Nwo Sékke. Los fracasos de los personajes, sus preguntas absurdas y la nostalgia que inspiran en algunos cuentos, pueden interpretarse como melancolías causadas por la frustración de no haberle encontrado un sentido a la vida mediante el amor. Hay una continua búsqueda de Dios, una incesante preocupación por el porvenir y de ahí la desesperación, la tragedia, pero también la ironía de sus cuentos. Una mezcla original que brinda la posibilidad de encontrar un reflejo del hombre actual, un hombre que no sabe qué camino coger, declarándolo: Nwo Sékke, es decir “No sé qué”. No le da miedo a Belemuski expresar sentimientos entremezclando con naturalidad humor y sufrimiento. El Diario del Capitán Nwo Sékke, la primera incursión de Fabianni Belemuski en el ajetreado mundo de los relatos, es ante todo una declaración de intenciones del joven autor: ¿queda alguien vivo?, parecen gritar sus páginas, criticando una sociedad estancada en su normalidad enloquecedora, formulando enunciados impulsados irresistiblemente por la necesidad de un equilibrio perfecto, de la verdadera felicidad como lo describiera Plotino en el Tratado Cuarto de la Primera Enneada. De ahí la obligación de despreciar todo lo que no sea auténtico, de ahí la ironía y el deseo tierno de un mundo mejor de los personajes del diario del capitán que no sabía qué, ni hacia donde, ni a quién.