Héctor Martínez Sanz ofrece al lector español, con este libro-ensayo, un sorprendente viaje en el universo de cinco gigantes del espíritu universal. Ninguno de los cinco miembros de su Pentágono es desconocido para el público español: Constantin Brancusi – el padre de la escultura moderna-, Emil Cioran – el nihilista del siglo XX-, Eugène Ionesco – el maestro del “teatro absurdo”-, Tristán Tzara – el fundador del movimiento dadaísta-, Mircea Eliade – llamado “el Historiador de las Religiones”.
Al leer su libro, tuve la impresión de estar viendo una cautivante película documental, que dejaba adivinar a un director bien documentado y capaz de introducir a sus espectadores en una fascinante aventura del descubrimiento de la condición de la creación; es decir, lo que eleva al ser humano hasta la condición de creador, de dios, como también suena el título elegido por el autor para uno de sus anteriores libros de filosofía: “Comentarios a Unamuno y aquéllos que quisieron ser como dioses”, publicado en el 2006 por las Ediciones Antígona.
Hay, por lo tanto, una sutil corelación con este nuevo libro que se propone descubrir las huellas inmortales dejadas en la tierra roja de la mortalidad por estas cinco grandes personalidades creadoras. Además de compartir con nosotros algo de su propia experiencia y de su entendimiento personal, como también de ofrecernos una ayuda concreta a la hora de entender, si no la esencia de la obra, por lo menos los mecanismos misteriosos que han determinado a cada uno de los cinco elegidos (los caminos sinuosos de la escultura, la poesía, el teatro, la filosofia y la historia de las religiones), Héctor Martínez Sanz parece ser un hombre con la obsesión de la inmortalidad. Aunque se dirige más hacia el ensayo y a los debates sobre las obras de otros creadores, Martínez es, él mismo, un creador, siendo empujado por el mismo deseo que ardió en el corazón de los antiguos patriarcas bíblicos. “Discutir con Dios” tal vez sea la más antigua tradición judía y una característica del hombre inteligente. Desde Abraham a Moisés y hasta los días de hoy, Dios ha sido interrogado, contendido, reñido, negado y provocado a todo tipo de retos y competiciones por las mentes humanas más brillantes.
Casi siempre, nos dice la tradición judía, el que gana es el Hombre. De este modo, Héctor Martínez no se limita solamente a exponernos las maravillosas creaciones de algunos célebres hombres de la cultura. Delicado, con alma de poeta, sin la rudeza de poner en nuestra frente una interrogación en blanco y negro, a la vista de todos, Héctor Martínez sabe insinuar y así consigue que nos planteemos nosotros mismos la pregunta: ¿Es este el camino hacia la inmortalidad, hacia el llegar a ser unos dioses? ¿El arte? ¿La creación? Ésta es la pregunta de Héctor Martínez en todos sus escritos, sea cual sea la forma escogida: poesía, ensayo, relato, novela.
“El Tiempo es relativo” nos dice Einstein, y Héctor Martínez añade con una sonrisa: “cada noche lucho con el ángel de Dios”. Esa terrible noche de combate encarnizado del desierto judío se repite en cada hombre-creador, desde hace miles de años, cada vez que se sienta en frente del escritorio o de una tela en blanco. La noche en que, en la soledad de la árida tierra roja, Israel luchó con el ángel (¿o tal vez haya sido la inspiración?) es el momento del nacimiento de la humanidad creadora y consciente. Es la noche de Héctor Martínez y, a la luz de la alborada, el nacimiento está terminado y el escritor-guerrero recibe un nuevo nombre-título: Pentágono.
Escribir sobre el autor de este libro, por conocerlo personalmente, es una tarea, si no incomoda, por lo menos difícil, debido a su personalidad compleja. Héctor Martínez es filósofo, poeta, escritor, crítico de arte, poseedor de una inteligencia lúcida capaz de marcar para nosotros las “escaleras” que subieron los miembros del Pentágono hasta alcanzar la apoteosis de los dioses, pero también de un espíritu romántico y de un talento nato como contador de historias. Héctor Martínez es un escritor de contrastes, uno de los pocos que logran escribir un ensayo con un ritmo capaz de mantener alerta el interés del lector, a veces adornado con flores de sensibilidad poética, ejemplos de pensamiento lúcido y armonías épicas.
En “Pentágono”, Héctor Martínez nos revela un alma de novelista, nos cuenta una historia, una parábola, mejor dicho, con cinco personajes. “Érase una vez” podría ser el mejor comienzo, “érase una vez un artista, un filósofo, un poeta, un dramaturgo y un historiador”. El cuento fluye suavemente, las frases son despejadas, el ritmo ágil está puntuado con impresiones personales que aportan una calurosa sensación de intimidad al tono de la narración. Se trata de un cuento con héroes, con dioses, con seres humanos como tú y yo, lector. Hasta podría decir que es un libro de aventuras. Paso a paso, conocemos a pájaros que son inmortalizados en el vuelo, a un héroe que subió hasta las cumbres del desespero, a una cantante calva y a un joven que juega recortando y reordenando palabras o a un mago que se propone estudiar a todos los dioses de los hombres. El libro “Pentágono”, lejos de ser un ejercicio del estilo ensayista, es una guía para cualquier viajero que se aventura en la tierra del hombre-creador, del hombre-dios, hacia la montaña Sion de la creación humana. Al subir el Sion de Martínez, descubrimos en sus vertiginosas alturas el más simple de los objetos: un espejo. Pero hay que subir el sendero más abrupto hasta el fin para poder encontrarlo.
Héctor Martínez Sanz nos invita a una incursión en el pensamiento de estos creadores, a un descubrimiento sutil de las referencias de estos monstruos sagrados del arte y de la cultura universal. Si Sócrates nos incita a que nos conozcamos a nosotros mismos, Héctor Martínez Sanz, con base en una armoniosa estructura filosófica personal, nos llama a que conozcamos a los que han logrado subir hasta la cumbre del genio humano. Después de haber recorrido la radiografía del pensamiento de estos cinco grandes hombres, descubrimos con asombro nuestra propia esencia: “y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba.” (Génesis 32:24)