por Héctor Martínez Sanz – escritor
Azay Art Magazine
¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.
(…)
Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus placenteros diseños
El lienzo banal de nuestros tristes destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.
Ch. Baudelaire.
Hace unos meses, en la Universidad Complutense de Madrid, se presentó el libro Courageless (Niram Art, 2014) de Iván MIEDHO. Estuve allí, sentado, rodeado por las obras de la serie Doppeltgänger en las paredes, obras que a su vez, también abrían el libro, mientras escuchaba a Pedro Ortega Ventureira hablar del Neosimbolismo a propósito del artista y autor del libro.
Había leído su ensayo Los nuevos simbolistas (2013), un texto en que a través de tres nombres del mundo de la música gótica, se nos ofrece el acceso personal de Pedro Ortega a la herencia latente hoy de los Baudelaire y Moreas de hace más de un siglo. La razón de que mencione el ensayo de Pedro Ortega es la justificación en nuestros tiempos del término Neosimbolismo, la cual corre del siguiente modo: «En la época en que vivimos, en la ancianidad de la Posmodernidad que ha dado paso a la ya asentada globalización, parece que la utilización de un término como el de Neo-Simbolismo debe precisar de una explicación. Obviamente no podemos considerarlo como un movimiento artístico surgido de un foco concreto con un propósito concreto, ni una reacción contra algo concreto. Es más una filiación, un parentesco, heredado de toda una atmósfera creada alrededor de lo que sí me atrevo a calificar de “movimiento”, el Gótico. Y es que el imaginario Gótico, fruto de su contexto temporal y social, ha bebido de incontables fuentes, todas ellas relacionadas de un modo u otro con lo oscuro, lo oculto, hacia donde no se puede mirar en el interior del ser humano. Y cómo no, en este imaginario está muy presente el Simbolismo finisecular».
Este enfoque y aclaración del término, que reprodujo con otras palabras durante el acto de presentación, tiene un fundamento más en el libro Courageless de Iván MIEDHO. Lo habré podido leer desde que lo adquirí unas cinco veces, y en todas las ocasiones venía a mi mente otro título y otro nombre, Baudelaire y su Les Fleurs du mal, cuyo poema Al lector encabeza este artículo.
Casi podría afirmar que el título Courageless está tomando de esos versos en su literalidad. La “falta de osadía” que el francés proclama contra el hombre moderno tiene su reflejo en esa palabra, courageless, que Iván MIEDHO propone a la entrada de su jardín de flores. Una palabra que, como tal, no existe, y funciona como adjetivo para indicar “estar falto de coraje”.
Observo que si se hubiese titulado cowardly o fearful, por seguir en inglés, no se estaría entendiendo lo mismo que Iván MIEDHO quiere que entendamos. No es lo mismo ser un cobarde que estar falto de coraje y valor. Es necesario el lexema courage en el título, y recurrir a su negación por medio de -less, porque transfiere algo muy distinto que cualquiera de los sinónimos planteados. Y para entenderlo, hemos de observar que la palabra en cuestión es, en verdad, francesa, cuyo sentido primigenio fue “ira” antes que “valentía”, y está asociada por su raíz con cour, “corazón”. Baudelaire también usó un adjetivo, hardie, y curiosamente del mismo modo lo emplea en su forma negada antes que usar otro lexema («C’est que notre âme, hélas! n’est pas assez hardie»), y cuyo sentido nos remite al “endurecimiento”. No estamos hablando de la cobardía, a secas, sino de la falta de ardor en la sangre, del corazón endurecido y carente ya de arrojo contra todo un mundo doloroso, como consecuencia del tedio.
Ambos, Baudelaire e Iván MIEDHO, se decantan por mantener el sentido de “coraje”, “audacia”, “osadía” y “atrevimiento”, en los que se implica cierto componente de rabia, odio e ira, y por ello no recurren a otros vocablos. Rabia por un mundo y un hombre inconsciente de la decadencia por la que se despeña a diario, entre los vicios que no aplacan el desagrado ni ideales que lo trasciendan. Baudelaire se sumerge en el hastío de esa sociedad perdida, e invoca el malditismo y lo demoníaco. La perversidad del hombre moderno y la conciencia del mal que lo alimenta y el intento de evasión por diversos caminos no es distinto del eje temático de la prosa poética de Courageless, el cual abre ya desde el tedio y la fuga a través del alcohol en un contexto desolador: «Estoy sentado en un bar cualquiera, en penumbra, solo e iluminado por la corta vida de una vela. El alcohol ya me ha anestesiado bastante (…) A veces sólo hace falta una gota para colmar el vaso y ahora me dan ganas de quemarlos a todos, quemar sus vidas en una orgía de sangre, quemar sus mentes y reventar sus patéticos espíritus. Pero soy tan cobarde, que seguiré en este maldito rincón, hasta que pierda el conocimiento» (Welcome everyone to your nightmare).
Continuamente, a lo largo de las páginas de Courageless nos encontramos con el odio como fuerza impulsora y el fuego como elemento sanador, un deseo de destrucción y un anhelo de renovación. Similarmente a La Destruction del francés, se pueden leer Story to the desire o The Witch de Ivan MIEDHO, donde la tentación demoníaca-femenina y una sensación de fracaso en la evasión artística son la raíz del odio, del incendio y la renovación.
Así, Baudelaire comienza el soneto: «Incesante a mi vera se agita el Demonio; / Flota alrededor mío como un aire impalpable; / Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones / Y los llena de un deseo eterno y culpable»; Iván MIEDHO lo hace de la siguiente manera en Story to the desire: «Era sólo estar a su lado para que mi temple se viniera abajo. Cruzar una mirada y ver mi alma tan retorcida por mil dolores. Susurrándome perversiones al oído tu perfume. Quemándome una vez más».
Y si Baudelaire escribe: «A veces toma, sabiendo mi gran amor al Arte, / La forma de la más seductora de las mujeres, (…) / Y despliega ante mis ojos llenos de confusión / Vestimentas mancilladas, heridas abiertas, / ¡Y el aparejo sangriento de la Destrucción!», leemos en Iván MIEDHO y en el mencionado The Witch: «En mi camino vi mis viejos cuadros y mis viejos recuerdos. Parecía que habían pasados siglos antes de que mi juicio se viera nublado por esa estúpida bruja (…) Todo se convirtió en cenizas que finalmente la bruja absorbió, para que su corazón sanase».
Dicha fuerza demoníaca, ese lado oscuro que respira «tanto odio por la boca», es, a fin de cuentas, él mismo, su deformado otro, su fantasmagórico doble, su eidolon emergiendo, su doppeltgänger. Todos son nombres para denominar uno de los motivos fundamentales de Iván MIEDHO en su arte, y ahora, en sus letras (puede aproximarse el lector a través del libro MIEDHO, VV.AA, Niram Art, 2013): el desdoblamiento, que podemos resumir en la afortunada frase de un precoz Rimbaud «Je est un autre» (Yo es un otro). Porque, al fin y al cabo, Iván MIEDHO expresa el mismo discurso crítico de formas diversas, aprovechando las posibilidades de cada ámbito para conferirle mayor consistencia: desde la pintura, la fotografía, la literatura… Se trata del carácter multidisciplinar que señala el profesor Fernández García en su prólogo: «Iván MIEDHO es un creador multidisciplinar que a modo de red neuronal abarca varias manifestaciones artísticas, consiguiendo que los conceptos que sustentan sus creaciones transmitan coherencia a una trayectoria en crecimiento y expansión, ofreciendo una imagen sólida».
Que no sólo estamos ante el desarrollo de una obra artística (y literaria) es un punto sobre el que he insistido al interpretar los trabajos de Iván MIEDHO. Una idea que plasmé sobre la serie Doppeltgänger, la cual precede a la prosa poética que comentábamos líneas arriba en el libro Courageless creando una inusual combinación de arte y literatura.
En el arte de Iván MIEDHO existe un discurso intelectual como fondo y base de la misma obra, por lo que no sólo se trata de un ejercicio estético, una labor técnica o compositiva, que también. La tesis principal se centra en la importancia de la imagen y su manipulación en nuestra sociedad. La máscara, la publicidad, el consumo, mediado todo por el personaje que MIEDHO hace de sí mismo como narrador: «MIEDHO es la víctima perfecta de la era digital. Un reflejo de una imagen llena de ecos y distorsionada. Un rol que tengo que interpretar (…) Es una nueva función de teatro», se define a sí mismo. Un teatro, sí, con sus personajes.
Imagen en la televisión, en el cine, en la fotografía, en cualquier pantalla que afecta a la representación que de nosotros mismos hacemos socialmente, en nuestro día a día. Mensajes y publicidad que configuran una forma de pensar dentro de unos límites determinados. Una gran mascarada reforzada por otra gran mascarada hasta no reconocernos, hasta no reconocer a nadie. Un dualismo del ser perdido en el abismo entre lo falso y lo auténtico. Vivimos, hay que reconocerlo, en tiempos de una profunda despersonalización y negación de la identidad del individuo, so capa de todo lo contrario: el público cree estar formando su propia personalidad y su diferencia, cuando en verdad está accediendo a una homogeneización de sus gustos y costumbres y, por tanto, legitimando que definan su ser. Es consecuencia directa de la Globalización el surgimiento de estándares sociales, culturales y artísticos en lugar de un intercambio de diversidad, la cual va desapareciendo rápidamente.
Es un hecho forzado, una violencia ejercida contra el individuo de la que nacen el odio y miedo como reacción. En el libro MIEDHO que antes mencionaba, encontramos una síntesis de lo dicho, en las palabras del artista Bogdan Ater y su magnífico ensayo titulado Hic Sunt Dracones: «Existe sin embargo otro lado del odio, el odio hacia uno mismo, hacia la propia falta de fuerza que te hace a veces complacerte con el estado generalmente aceptado, el mismo estado de cosas que tanto odias. Así tienes dos opciones: dejarte llevar, permitir tu integración en la máquina como un componente más o aventurarte por el camino poco visible de la metamorfosis y de la evolución, sepultado entre la soledad, el desespero y el miedo».
Se trata, en resumidas cuentas del Gran Teatro del Mundo («La vida es teatro, pero el problema de interpretar es que acabas convirtiéndote en un personaje de tu propia ficción», escribe en Reflexión), el circo del engañar y dejarse engañar, de la ilusión en la que creemos y nos hacen creer, de la representación en sesión continua de nuestras vidas y nuestro ser tan deformado como decadente. Así entendemos que las exposiciones realizadas por Iván MIEDHO hagan hincapié en la televisión y el mundo de la imagen, o en los conceptos de Eidolon y Doppeltgänger, y que su estilo entronque, tal y como afirma Pedro Ortega Ventureira, con una perspectiva Neosimbolista.
Doppeltgänger, en concreto, es una evolución y una revolución artística en la trayectoria de Iván MIEDHO. Ese otro maldito que somos, esa deformación que guardamos por debajo de nuestra imagen social, definido por sus delirios, por sus deseos, por ser un opuesto al comportamiento correcto impuesto, aparece en la obra. Un Otro nuestro que miramos como una monstruosidad grotesca, y que a su vez nos mira como una amenaza a nosotros mismos y que a nosotros mismos nos aterroriza. Es el extremo contrario a la imagen de plató, a la imagen de los eidolon/ídolos que copiamos y a través de los que nos negamos una y otra vez. Cuanto más al extremo va el yo-social más extremista es el Otro-yo, más grotesco se muestra («respiro y vivo por un nombre maldito», apunta en Eidolon).
Hay un primer cambio respecto de las obras artísticas anteriores, en las cuales dominaban las penumbras. En Doppeltgänger hay una explosión de colores cálidos saturados, próximo al expresionismo, que contribuye a realzar la fantasmagoría de la imagen. El resultado es más brillante, una escena de acento irreal. Mantiene en otras el extremo opuesto en el contraste b/n. Con ello realza la fuerza dramática de la figura y el impacto en el espectador.
Por ser una crítica a la persona y la sociedad, el artista se centra en el retrato figurativo y subraya la deformación en el rostro, en concreto en la mirada remarcada por el trabajo en la cuenca y los contornos de los ojos. Me remito a la entrevista que le realicé hace un tiempo, donde sobre este aspecto de los ojos me respondía: «Reconozco cierta obsesión con la mirada. En el caso de mis obras, la mirada no va a conceder ninguna piedad a los espectadores. Incomodidad sería una palabra posible para definir la sensación que quiero transmitir cuando se contemplan. Es el efecto contrario al marketing (…) cuando una foto o cuadro te mira, tú le devuelves la mirada y te fijas en el producto». Este rasgo es esencial, pues Iván MIEDHO busca interpelar al público con esa mirada amenazante del ser fantasmagórico que insinúa el riesgo que corremos de perdernos a nosotros mismos.
El trabajo de la técnica mixta es impecable. Tras una primera etapa de fotografía y una segunda de pintura, Iván MIEDHO hace converger ambas en Doppeltgänger. La fotografía y la pintura acrílica se funden en un elaborado proceso artístico que se corresponde con el discurso intelectual. Son también dos en uno, dobles en una única obra de arte.
Reparemos en un aspecto capital. Iván MIEDHO hace personaje de sí mismo, como sabemos, y con ello vivifica la obra de arte. Pero también este personaje se autorretrata. El personaje-denuncia que representa en el mundo, surge en la obra sometido al mismo efecto del Doble, sin dejar de ser el artista-creador. El resultado es una multiplicidad de narradores durante el proceso creativo, dentro y fuera de la obra misma, y que ahora suma la persona literaria. Esta omnipresencia se debe a que Iván MIEDHO, coherentemente, se contempla como víctima de aquello que denuncia. No es ajeno, no es un ojo de Dios que viene a advertirnos. El mensaje nos llega desde el centro mismo del huracán, desde el interior del acontecimiento dramático. En este sentido es honesto, sincero, al no creerse inmunizado ante el peligro ni vacunado contra él por el arte. Es una fusión más (además del Doble y la mezcla de fotografía y pintura): el artista, que vivifica el personaje-denuncia, se vuelve también modelo distorsionado en la obra y la letra. Él mismo se encuentra como en una galería de espejos, reflejado continuamente.
De este hecho podemos hacer múltiples interpretaciones. Yo voy a proponer una. Si recuerdan, he comentado que la obra artística nos interpela desde la mirada. Pues bien, el complejo de narradores que se inicia tras el objetivo de la cámara, tras el acrílico y tras cada párrafo, acaba en la propia interpelación del artista hacia el espectador. Esto es, Iván MIEDHO genera un discurso circular, artístico e intelectual, a través del arte y la literatura. Un viaje que comienza en su realidad y, con parada en la obra, retorna multiplicando voces y ecos a nuestra realidad.
Comprobamos que imágenes y prosa poética se complementan para la unidad total del discurso en Courageless. Iván MIEDHO no abandona en ningún momento el rol en primera persona ni en los cuadros ni en las letras (otra cosa muy diferente es averiguar qué máscara nos habla, advertido ya en la portada). Por su lado, la prosa poética posee un valor intrínseco sensorial, cinematográfico y simbólico, que dinamiza el, por otro lado, estatismo iconográfico de las imágenes. Además, el lenguaje empleado es directo y explícito, duro, sin concesiones al pudor moralista, tanto como las imágenes impactan desde la monstruosidad de su deformación y desde la oscura amenaza de las figuras. No cabe duda, pues, de que una obra como ésta bebe de las fuentes del Simbolismo y decadentismo, del espíritu de lo moderno de Baudelaire, Rimbaud y tantos otros, y desprende el aroma de la decadencia con el que se adentra en «lo oscuro, lo oculto, hacia donde no se puede mirar en el interior del ser humano», tal y como recogí al comienzo del análisis de Pedro Ortega Ventureira en su ensayo Los nuevos simbolistas.
Iván MIEDHO con Courageless ha plantado sus propias “flores”, que ya no son las del mal, sino las del Miedho, las cuales exhalan la fragancia de la negra y espinada rosa que crece imperceptible y descuidada en algún rincón apagado del ser humano. Y esa rosa es…
«Para vosotros con mucho amor, de parte de alguien que os odia»