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Yo mismo no quiero morir
delante de la gente,
no quiero morir
debajo del automóvil,
perdido y temeroso,
no desde las manos
de un espíritu oscuro,
esa lengua de rencor
y las tinieblas que ahogan
llevan malas noticias
no,
no quiero
engendrar más pasado
como sardinas de odio,
morir
delante de todos,
frente a los ojos atentos.
No quiero morir,
en un principio,
por el deseo de permanecer
con el color azul y sereno
en la frente.
Golpeando al aire quiero
permanecer,
por el infierno
de puertas abiertas
temido y amoroso.
Busco así
el mato grueso
en que reposen
los vertederos de un pecho
que amordace mi cuerpo
y rompa en libertad
sobre dos pechos diáfanos
saliva y diente.
Y respirar con su pulmón,
con mi barbilla levantar
ambas preciosas,
para dormir en paz, y morir,
de ser posible,
como un afortunado
que quiere verme desde ahora.
Porque estar en la sombra es dulce
cuando se ama entre brazos.
Limón sobre las encías,
y el grito desbordante
de un profundo misterio revelado,
después de haber rasgado
y bebido
del pasado su íntima pérdida.
Puesto que el aliento brota
como miel eléctrica
de mi pecho,
me dispongo a conservar
todo lo que en mi cuerpo habite
y todo lo que mi cuerpo
deje de tomar.
De acumular ya estoy harto,
y sin embargo, puedo,
amar dos largos brazos más,
nueve canciones con el mismo cello
y la aventurta rabiosa
y dulce de amar
sin buscar venganza.
Para no morir como lo temo,
es necesario hacer justicia
sobre el cuerpo.
Y que se llamen panchos los cantantes
y güeras las hermosas,
tanto como yo mismo sé
que habré caído
en loca superficie
y cristalina muerte
de a deveras
por las manos y el alma
devastadas.
Amo poder salir de esta ciudad
y dolerme enamorado
esta pena
el nombre
por ese otro nombre
y hombre
que me dio tanto gusto en conocer
desde el saludo y desde la cama.
Y pasear por la tarde, a cualquier hora,
sin temer que se prenda la farola.