Dec 222013
  

Por Héctor Martínez Sanz – escritor

Publicado en la Revista Azay Art Magazine

El nenúfar de las ninfas – Jairo Compostela, Niram Art Editorial

El nenúfar de las ninfas – Jairo Compostela, Niram Art Editorial

Estamos ante un libro metamórfico, esto es, que recoge en su seno la tradición mitológica de la metamorfosis, de la transformación, del cambio entre lo que se es y lo que no se es así como del paso de unas formas a otras. Para comprender bien el camino poético de Jairo Compostela debemos explicitar un poco el título, redundante, que hace de marco.

El nenufar de las ninfas (Editorial Niram Art, 2013) es un título de exquisitez modernista, que se me antoja prácticamente verso de Rubén Darío, o, mejor dicho, cuento. “¡Las ninfas existen! ¡El poeta ha visto ninfas!”, clamaríamos entre estas páginas como clama Lesbia en el cuento parisiense del nicaragüense incluido en Azul. Darío, muy devoto de la mitología y el erotismo, es una referencia del lector de Jairo Compostela.

Nuestro autor toma por base el mito metamórfico de una dríade alcanzada de casualidad por una flecha de Cupido. Cuenta el mito que Cupido disparó una flecha a Diana Artemisa, hermana gemela de Apolo, pero ésta la esquivó hiriendo la flecha por accidente a una de las dríades que Júpiter le asignó a Diana. Estas ninfas, espíritus de bosques y valles, realizaban votos de castidad y eran extremadamente pudorosas como rasgo esencial suyo. Como es de esperar, deseo y castidad son dos elementos contradictorios. El resultado, obviamente, no podía ser otro y la dríade acabó inflamada en ardores y pasiones, gimiendo y sufriendo consumida por el deseo, día y noche. La contradicción en su interior la llevó a arrojarse a las aguas para intentar purificarse donde muere ahogada. Todas las dríades se conmocionaron y lloraron por su compañera. Diana, compadecida por el destino de la dríade, decide que su cuerpo no se sumerja y la transforma en un lirio bello que flota sobre el agua, y lo llamó Ninfea (del lat. que da nombre al género de la planta, conocido para nosotros Nenúfar). A partir de aquí, las aguas en las que los Nenúfares arraigan son tranquilas y calmas, protegiendo a toda dríade de las voluptuosidades y desenfrenos de la pasión.

Así, inicia Jairo el poemario con el soneto-introducción que da título al poemario:

Perenne pócima de luz prohibida,

dulce azufre de lujuria impregnado,

brinda vuestro aquelarre del pecado

exquisita muerte en amarga vida.

Mosaico de piedra desconocida,

busqué el nenúfar púrpura en el lado

más recóndito de tu deseado

paisaje fragmentado y sin salida.

Este lago de lágrima candente

acogerá por siempre vuestra esencia,

causante de mi trastornada mente.

Latirá vuestra ficticia inocencia

más allá de vuestro ocaso impenitente,

más allá de mi insípida existencia.

El título, por tanto, nos acerca a ese Nenúfar protector de los espíritus puros que no quieren sufrir los tormentos del amor. Esto nos permite entender el peso específico que el erotismo tiene en el poemario y, junto a él, la metamorfosis.

Ambos temas se presentan desde la mitología antigua, de forma minimalista y dialogada, a partir del famoso mito tan presente en todas las artes: el mito del acosador Apolo y la acosada Dafne:

 

El amor no lo es todo

dijo Dafne a Apolo.

Pero es mucho

dijo Apolo a un árbol.

 

Un mito que reproduce el que he contado anteriormente sobre el título, y en el que de nuevo una metamorfosis en planta salva la virtud de una ninfa de los deseos apremiantes, en este caso, de Apolo, el hermano de Diana. Igual que antes, Cupido está detrás de todo con sus flechas.

Estas metamorfosis amorosas se reinterpretan por Jairo Compostela en versos como Saxofón, poema en el que, además de la paronimia del acortamiento Saxo-Sexo, observamos el motivo dual del deseo y la metamorfosis que realiza el poeta:

 

Gimen con mis masajes

los lunares de vainilla

del corpiño que te ata

¿Serán estos sonidos

fragmentos del pentagrama

de tu jazz improvisado?

Tu cuerpo es un saxofón

que en clave de sol nocturno

me acaricia y me asesina.

 

Así también en Caramelo de Marruecos, donde la mujer, transformada alegóricamente en un caramelo, es invitada al desnudo y al encuentro.

 

¡Caramelo de Marruecos,

humedece mi lengua errante

con el sabor a melodía

de tus labios de luciérnaga!

Despójate de tus raíces,

desnúdate de tu folclore,

desvístete de tus prejuicios,

¡Despréndete de tu envoltorio!

¡Caramelo de Marruecos,

acomódate en mi saliva

y derrítete mientras derrites

todo mi ser con tu mirada!

 

La continua metáfora está inteligentemente elaborada. Si bien asigna los verbos “Despojar”, “desnudar” y “desvestir” a elementos abstractos “raíces”, “folklore” y “prejuicios”, el momento decisivo o clímax de lo erótico queda relacionado con “envoltorio”, palabra que desde el caramelo nos aproxima tanto a la “máscara social y cultural” como directamente al “vestido”, por asociación con los verbos anteriores y al exotismo implícito para nosotros en lo marroquí. Así mismo, la palabra “raíces” nos devuelve levemente al destino de las pobres ninfas Dafne y Ninfea.

La metamorfosis contemporánea de Jairo Compostela continúa en otras composiciones como La chica de plástico, la transformación antinatural, cultural, de la mujer de nuestro tiempo.

 

Peluca de color rosa brillante,

pestañas postizas, lentillas azules,

pendientes, piercings, silicona.

Anillos, esclavas, brazaletes,

tacones altos, medias amarillas,

uñas fosforescentes que perturban.

¡Eres falsa, ficticia, artificial!

Y, naturalmente, te amo.

 

La palabra que tomo por fundamental en estos versos es el adverbio “naturalmente” con que finaliza. Su doble sentido, primero como llamada de lo natural contrapuesta a lo artificial, y segundo indicando necesidad sin opción alguna, expresa la cierta contradicción del sentir poético que se transmite. Recordemos que Apolo siguió amando el árbol en que se convirtió Dafne.

La metamorfosis, además, alcanza también el plano formal, la construcción del poema desde la primera hasta la última página. Con ello me refiero a que no parece casual que la introducción cuente con la forma clásica del soneto como poema estrófico y vaya metamorfoseando a formas contemporáneas de juego con la disposición del verso sobre la hoja hasta el caligrama de Palmera de Madrid.

En este sentido, Como esa arena en la playa sería, en mi opinión, la composición en la que se aúnan el erotismo, la metamorfosis femenina y la metamorfosis formal. El erotismo del cuerpo de mujer, moreno al sol, su metamorfosis cubierto por la arena, y la disposición versal en forma de ola de mar sobre la playa, a punto de retirarse.

Es un proceso de rebeldía con dejos románticos, alejándose paulatinamente de las formas fijas clásicas hacia una mayor libertad formal. Un romanticismo que observamos también en el uso de polimetría, desde versos muy breves como en Pesadilla de una mañana de invierno a extremos y rayanos con la prosa, como en Nicotine Girl, o por los continuos apóstrofes apelativos que subrayan la segunda y primera persona a lo largo del libro y la exclamación como potenciador expresivo, como vemos en Cristal:

 

¡Oh, jaula luminosa!

¿Por qué me convocas?

Siempre el suelo es destino

de tu neblina cegadora.

Si eres tú más frágil

que un castillo de azúcar

¿Por qué seduces más

que los reyes y los dioses?

¡Oh, templo del instinto!

Cual muralla de cristal

es borroso tu interior

y sólo pienso en profanarte

¡Manantiales a la vista!

¡Agua pura del pecado!

Embaucado por tus llamas

de ti vine y a ti voy.

Tanto es así que, al menos, en dos ocasiones recuerda poderosamente la sencillez romántica de Bécquer y sus rimas, como en el caso de Fugaz, que ha sido recitado por Midsoul al comienzo, o, en otro ejemplo claro, en Catarsis:

 

¡No me enamoré de ti!

Me enamoré de tus ojos,

de tus besos de licor.

¡No me enamoré de ti!

Hoy que sólo hay despojos,

al fin divisé el error

 

También apreciamos esto en verso libre con la composición que cierra el poemario titulado La Antipoética, y que, además de hacernos pensar en Bécquer en su último verso, o mencionar a Espronceda, nos recuerda en la descripción al antisocial del Don Juan Tenorio de José Zorrilla, sólo que referido a una mujer:

 

Precisamente por eso,

por ser infiel a casi todos

por fingir estar enamorada

por no tener límites morales

por pensar que todo es trivial

porque Espronceda te escupiría.

Precisamente por eso,

por ser antipoética

eres Poesía.

 

De hecho, son el posromanticismo, el parnasianismo, el simbolismo y el decadentismo de un Oscar Wilde (que nuestro autor cita), por ejemplo, los ingredientes de cocina para la receta modernista, la de Rubén Darío, de quien empecé hablando. Además de la mitología y el erotismo (o sensualismo), también el léxico nos trae a las mientes la brillantez modernista de Darío: ninfas, nenúfares, náyades, púrpuras, elixires, luminosidad, oasis, Sáhara, Pompeya, Namibia, Marruecos, las libélulas (como la “libélula vaga de una vaga ilusión” perseguida por aquella princesa triste a través de los cielos de Oriente -Sonatina de Darío-)… exotismo por cada rincón, escapismo quizás, preciosismo por supuesto.

No es menos el poemario en riqueza retórica. Y no podía ser de otro modo. Desde la sinestesia (insípida existencia, exquisita muerte, amarga vida, dulce azufre, lunares de vainilla, sabor a melodía), hasta la metáfora de altos vuelos e imágenes surreales (perenne pócima de luz prohibida, tu cuerpo es un saxofón), pasando por aliteraciones (lago de lágrimas) hasta combinaciones de juegos de palabras y antítesis (clave de sol nocturno).

Lo más frecuente, junto a la metáfora son los recursos de repetición morfológica, léxica y sintáctica. Así marcados y largos paralelismos (despójate de tus raíces / desnúdate de tu folclore / desvístete de tus prejuicios / ¡Despréndete de tu envoltorio!) o paralelismos con quiasmo, que es la base del poema Sentio ergo sum, o también de Púrpura:

 

Porque eres púrpura, me hieres

porque eres púrpura, te quiero

Púrpura,

como un toque de tacón

contra el suelo

Porque eres púrpura, me quieres

porque eres púrpura, te hiero

Púrpura,

como el cofre donde ocultas

nuestro anhelo

Porque eres púrpura, te hieres

porque eres púrpura, me quiero

Púrpura,

como el nítido nenúfar

de mi anzuelo

Porque eres púrpura, te quieres

porque eres púrpura, me hiero

Púrpura,

como la palmera que intenta

alzar el vuelo.

Simetrías bilaterales (me acaricia y me asesina), epanadiplosis (derrítete mientras derrites), anadiplosis (mi siempre será la nada / la nada será perderte) y anáforas por todos lados, estribillos con paradoja incluida (te conozco tan poco y tanto a la vez) y un frecuente uso de la pregunta retórica en la inmensa mayoría de los textos.

Este empleo de la retórica no lo oculta Jairo Compostela, lo confiesa abiertamente en Sobrevivo en un poemario, que, para finalizar, también recitaré, dejando a nuestro autor escapar, sobrevivir a mis palabras, dentro de su propio poemario, no sin antes darle mi más sentida enhorabuena por urdir estas páginas.

 

Sobrevivo en un débil poemario

con su indeterminación intacta;

sin embargo, si tú aparecieras

y me asaltaras lo suficiente

mis delirios serían

metáforas

mis exageraciones

hipérboles

Mis simplezas

onomatopeyas

mis incoherencias

paradojas

mis despreocupaciones

anáforas…

Sobrevivo en un poemario

sin embargo,

podría vivir Poesía

si al fin se acercaran tus labios

y así negasen La Utopía.