por Héctor Martínez
Revista Madrid en Marco
Si una novela viaja desde la Ópera de Madrid a la Diagonal de Barcelona en tan poco tiempo, podemos imaginar que no se trata de una novela cualquiera. Es lo que sucede con Ekún (Niram Art, 2013) de Francesc Hidalgo, presentada casi simultáneamente en Madrid y Barcelona.
Muchas han sido las barbaries humanas a lo largo de la historia. Una de ellas fue la esclavitud, la caza y venta de seres humanos, cuyo incremento es siempre inversamente proporcional a la dignidad del hombre, tanto del esclavizado, reducido a animal de tiro, como del esclavizador, monstruo de gustos refinados. Toda una sociedad se cimentaba en el pasado (y, seamos cautos, aún hoy) sobre este repugnante comercio, basado en prejuicios racistas y una economía que Marx ya consideraba el origen del Capitalismo, tanto por la acumulación como por el hombre convertido en mercancía con valor de uso y cambio. En esta línea se desarrolla la novela de Francesc Hidalgo, descripción crítica de los desmanes del s. XVIII, de su cultura, sociedad y comercio, a partir de la historia del yoruba Ekún, apresado en una caza desalmada que arrasa a su pueblo, y por la que él quedará como líder de su pueblo. Ekún se enfrenta así a un destino no elegido en el que se juega el orgullo, no solo suyo ni sólo de su pueblo, sino de todas las víctimas del esclavismo. Al mismo tiempo, otra forma de esclavitud y violencia, dentro del matrimonio, se ceba con el personaje femenino, Nicoletta. Al fin y al cabo, aseguraba Hidalgo en su presentación en Madrid: «La esclavitud no es más que carecer de libertad por estar bajo el dominio y la sumisión de otra persona», lo cual es transferible, no sólo a un barco negrero, a una sociedad esclavista, sino también a una sociedad machista que relega a la mujer a un mero papel servicial y satisfacción carnal.
Las descripciones, físicas y psicológicas, presentan una crudeza que rehúye la recreación. No se decora Francesc Hidalgo en escenas que hoy día en la literatura parecen ser el dulce que mueve a muchos lectores. Y aprecio mucho este detalle, pues impide que la historia quede en segundo plano frente al morbo. Probablemente, pese también el hecho de que los sucesos son en sí mismos lo suficientemente duros y reales como para aderezarlos y acentuarlos. El escritor ha sabido mantenerlos en su justo lugar para jugar su papel dotando de realismo cada instante. Me refiero a los efectos de enfermedades, a las encarnizadas luchas, a las consecuencias del maltrato y la vejación sobre los esclavos, entre latigazos y violaciones, al sufrimiento de Nicoletta casada con el negrero Dimas y embarcada en ese navío, símbolo de la monstruosidad humana —en el que, sin embargo, cabe encontrarse el amor más puro—. A veces, incluso, pareciera que las primeras, las enfermedades o los accidentes, castigan sobre todo a los esclavistas y sus colaboradores, a falta de un contrapeso que equilibre la violencia y la injusticia sobre el hombre negro o la mujer.
En la novela el narrador se desdobla. De omnisciente, durante un largo período se concede la voz a Nicoletta, en primera persona. A bordo del Llebeig escribe un diario cuya funcionalidad literaria podría aproximarse al monólogo interior. Además, al tratarse del principal personaje femenino descrito de forma pura y renacentista, sirve de contrapunto al salvajismo del que se ve rodeado, tanto en su voz como en sus acciones, rebelde en todo momento con el trato dado al esclavo, y en contra del esclavismo mismo. Ella también habrá de sufrir vejaciones en sus propias carnes, y en su mente, por parte del repulsivo Dimas, su marido. Como vemos, Francesc Hidalgo ha buscado en todo momento un equilibrio emocional en la novela, un punto humanizado dentro del relato inhumano, a pesar de que nadie en sus páginas parezca librarse de ser objeto de agresión, dolor, castigo. Es, al fin y al cabo, el clima social de un siglo demasiado mitificado intelectualmente, pero cuyo día a día estaba muy lejos de cumplir con ideas ilustradas y más lejos aún de sensiblerías. Por ello, el resto de la galería de personajes se caracteriza por una rudeza sin igual, broncos de cara al mundo, aunque interiormente se desnudan en conflictos morales. Queda reflejado de este modo la presión que la sociedad, incluso la que conforma a pequeña escala la tripulación de un barco echado a la mar, ejerce sobre el individuo y sus acciones.
Ekún es una novela de corte histórico, pues. Su denuncia y crítica del esclavismo, que incluso hoy persiste en formas similares o reelaboradas, corren paralelas a la descripción de la época con un gran poso documental. Señala el propio Francesc Hidalgo haber tenido que estudiar a fondo los aparejos y el curso normal de navegación en los navíos de la época, así como los cargos dentro de la tripulación y la vida a bordo. Algo como los víveres, que hoy se soluciona con una nevera, precisaba de llevar a los animales vivos y coleando en el interior del barco. Estas cautelas del escritor a la hora de reflejar el viaje por alta mar, nutren, por su fidelidad histórica, una vez más de gran realismo a la novela. Igualmente, el proceso de captura, marcado, traslado y venta del esclavo, o la vida en una hacienda esclavista, siguen la línea de grandes hitos sobre el tema, como la novela Raíces (1976) de Alexander Haley (que después se adaptó a la famosa miniserie de mismo título) la cual narraba la historia de Kunta Kinte.
Narrar este tipo de sucesos es algo necesario, como suele decirse, para evitar el olvido, pero también para reconocer su rebrote en nuestros tiempos. El hombre debe avergonzarse de capítulos de su historia como la narrada en Ekún, pero también debe leerlas una y otra vez, para no repetirlas. Es la razón principal por la que Francesc Hidalgo nos trae estas páginas dolorosas, perfectamente hilvanadas desde el criterio literario, con el resultado de una novela histórica y de conciencia que tiene ganado desde el principio su hueco en toda biblioteca personal.